Minerven
Explotación
del
Diamante
La existencia de oro en el Yuruari, la
intuyeron los conquistadores, los afanados doradistas, pero jamás pudieron
localizarlo. Tampoco los misioneros
establecidos en las inmediaciones desde el siglo dieciocho dieron cuenta de su
existencia, pero era una verdad palpable en las manos de los indios,
confirmada más tarde por las noticias que desde el cantón de Upata llegaban a
la Angostura del Orinoco.
Una hoja impresa en el
taller tipográfico de Pedro Cristiano Vicentini el 2 de
mayo de 1850, informa de la presencia del mineral dorado en las costas Yuruari.
"No es una fábula
o una ficción -dice la hoja-, de la existencia de una Nueva California en esta
provincia. Las recientes noticias que se han recibido
en estos días del cantón de Upata, acaban por fin de confirmar el descubrimiento de una opulenta mina de oro en el
Yuruari, cerca del pueblo de Tupuquén.
Tupuquén, situado sobre una meseta que se
extiende hasta la orilla occidental del Yuruari señoréase sobre sabanas ricas
en pastos con muchos rebaños. A menos de un kilómetro, atravesando el Yuruari
está "la opulenta mina de oro". Es la mina de Caratal, nombre
asociado a la Carata, una palmera de prodigiosa sombra en los techos de las
churuatas. A este Caratal donde el oro brota en grano mezclado con greda y
piedra de los barrancos aluvionales, los mineros o buscadores de fortuna
preferían llamarlo "Nueva Providencia". El cognomento ha debido
ocurrírsele a Pedro Monasterios, quien mayor importancia le dio a la mina y
difundió la noticia aunque ya antes, en 1842,
el brasilero Pedro Joaquín Ayres había hecho exploraciones con
resultados satisfactorios en el llamado "Barranco
de los Frailes" tenido como el primer venero de oro descubierto en
Guayana y el cual marcó la ruta hacia el fabuloso filón de El Callao.
Pedro Monasterios Soto, llamó poderosamente la
atención sobre las ricas minas de Caratal, viene siendo el bisabuelo de
Rafael Monasterios, pintor venezolano a quién el 24 de noviembre de 1989 la Galería
de Arte Nacional y el Museo de Barquisimeto celebraron los cien años de su
natalicio con una exposición selectiva de sus obras.
Pedro Monasterios, antes de internarse en la
selva del Yuruari, había estado en Angostura como edecán del general José Laurencio
Silva y, posiblemente entonces, lo picó el
prurito de El Dorado, pues tan pronto cesó
la campaña libertadora que lo llevó hasta Guayaquil, regresó a Nueva Granada en 1830 donde adquirió conocimientos
prácticos de mineralogía.
Luego se vino de su natal
Caracas, pasó a Barquisimeto y finalmente se trasladó
a Guayana por la vía de San Fernando de Apure. Como lo haría casi un siglo
después, Lucas Fernández Peña hasta fundar y quedarse en Santa
Elena de Uairén. Monasterios buscaba oro y lo encontró abundantemente en
Caratal. A pesar de que dos peones que descubrió lo engañaban
tragándose las pepitas, logró obtener en sólo un mes más de cincuenta onzas de oro en polvo y
granos que parecían lentejas.
Monasterios exhibió su producción a los
vecinos del cantón de Upata, desde donde se difundió la noticia a todos los
rincones. Pero no quiso volver porque pasó mucha hambre y los peones lo
engañaban. Regresó a Barquisimeto
emocionado por su hazaña, porque más que una aventura, resultaba una
hazaña, entonces internarse en la selva y emocionado también de haber
convencido a los guyaneses de la existencia de ricas minas auríferas en el Sur, que llevan siglo y medio explotándose y cada
vez en cantidades superiores.
El médico francés
Luis Plassard, graduado en la Universidad de Lyon en 1836, prestaba servicios en
la Colonia Tovar en 1847, cuando decidió radicarse en Angostura atraído por las
posibilidades que le ofrecía la región para satisfacer no sólo su carrera de
médico, sino otras inquietudes. Tan pronto llegó se casó con la guayanesa
Luisa Benvenuto, pero no tuvo hijos. Dictó un curso de cirugía y medicina en el
Colegio Federal de Varones y se interesó
por la cultura de los indios al igual que por los yacimientos auríferos
de Caratal que exploró autorizado por la Gobernación a cargo de José Tomás
Machado, para verificar las noticias según
las cuales se estaba ante una "Nueva California" que pudiera darle un
vuelco a la economía de la región. Pero al perecer, por unas declaraciones del
Juez de la parroquia de Tupuquén, Andrés Hernández Morales, el informe de
Plassard al Gobierno no daba mucha esperanza.
El Juez de Paz Andrés
Hernández Morales, de la Parroquia Tupuquén de la cual dependía Caratal,
quien había levantado un informe para el jefe político
del cantón de Upata sobre los descubrimientos auríferos en Caratal o Nueva Providencia, fue desmentido públicamente y
ridiculizado por el doctor I,uis Plassard, quien con anterioridad había sido
comisionado por la Gobernación para explorar la geología del Yuruary.
Sin embargo, el Juez de Paz presentó una serie
de cartas que daban testimonio de la
existencia de oro, como de su profusión y calidad, no obstante, los
métodos rudimentarios que se utilizaban para la extracción. Presentó cartas de
Vicente León, que dijo haber hallado un pedazo de oro que pesaba 46 onzas; de Lino Acuña, quien encontró una barreta de oro
de 5 pulgadas de largo y 2 y media de grueso que pesaba 24 onzas; de los hermanos Silva, quienes obtuvieron granos
de oro de 32 onzas; de Francisco Mendoza, quien durante cinco semanas de
trabajo extrajo 80 onzas de oro de un barranco; de Concepción Campos, quien
durante el lapso de ocho días de trabajo logro 5 libras de oro; de Manuel
Antonio Zumeta, quien desde enero a
septiembre obtuvo 17 y media libras de oro. Todo este precioso hallazgo
aurífero ocurrió en 1857.
Francisco Rojas y Michelena, comisionado por
el Gobierno Nacional para hacer una
exploración oficial del Orinoco, Casiquiare, Río Negro y Amazonas, se hallaba
en Ciudad Bolívar en 1857 y recibió instrucciones de levantar un Informe
sobre los supuestos ricos yacimientos auríferos de Caratal.
A bordo
de un bongo y a favor de la corriente salió de la ciudad el 16 de septiembre
de ese año con destino a Puerto Tablas para desde allí proseguir por tierra y sobre lomo
de mula hasta Caratal. El Trayecto navegable lo cubrió en 15 horas. Puerto de
Tablas, en la embocadura del Caroní, frente
a la isla Fajardo, era punto alterno obligado para quienes viajan al interior. Por este atracadero se
embarcaba el ganado, los frutos y se practicaba el contrabando. Había
una buena posada y San Félix un poco distante del puerto, era prácticamente, un
pueblo en ruinas a decir de Rojas y Michelena. Aquí se tomaban en alquiler las
mulas al precio de 8 pesos cada una y al
paso de dos días hasta el Cantón de Upata y de aquí, al precio de dos
pesos más y a paso de tres días, hasta Tupuquén.
Caratal era para el año 1857 unos cuantos
ranchos entre árboles. El oro se explotaba
en barrancos en el propio lugar y se lavaba en la quebrada descendente del Salto Macupia. La forma de
explotar el oro era bastante rudimentaria. La batea el instrumento principal y
la greda, se desmenuzaba con las manos. Era realmente un trabajo
heroico y sacrificado. Sin duda que había mucho oro en el lugar y las
evidencias eran muy tangibles.
Y así, como había
escondido en las entrañas de la tierra casi inalcanzable con esa técnica tan
primitiva de los años 1850, había en Tupuquén bosques de plantas preciosas y de gran utilidad en farmacia como la quina,
la vainilla, la carapa, la copaiba, el popey, la hipecacuana, el
cáustico bolombago que suple a la cantárida y la cruceta real.
La población de
Caratal crecía a medida que se difundía la noticia de la riqueza. Había venezolanos
de varias provincias mezclados con antillanos. Para ese momento se contaba 32
negros trinitarios, 3 ingleses, 3 franceses de las Antillas y 6 de Demerara.
El informe
de Michelena y Rojas fue muy favorable. Daba cuenta de lo cierto de los yacimientos y de sus
ventajas para la economía. Sólo observaba como contrario las fiebres
terciarias, la falta de autoridad y lo primitivo
de la técnica de explotación. Importantemente curioso resultaba para él cómo el río Caroní divide
"perfectamente esta parte de Guayana dos terrenos geológicamente distintos: la parte oriental, aurífera; y,
la occidental, ferruginosa y
notablemente volcánica, en donde encontré, a una cuarta de legua del
camino que conduce de Araciama, masas enormes de hierro, ya en estado puro, ya
vulcanizadas en formas de lava".
Tres años después, en 1860, Florentino
Grillet, quien había sido Presidente del
Estado (1841-1842), fundó la "Compañía del Yuruari" con un capital
de 50 mil pesos para explotar una mina llamada Cicapara, en la Costa del Yuruari que luego se extendió hasta
Caratal. A partir de allí un sinnúmero de empresas se legalizaron para
explotar los ricos yacimientos, por lo que
en 1875 la Asamblea Legislativa se vio impelida a legislar sobre la
materia dictando un Código Minero, más para estimular la explotación y cobrar el impuesto que para ejercer un
control de regulación estricto.
Para 1857, todavía no
existía El Callao, como pueblo propiamente, sino Tupuquén o San Félix de
Tupuquén como lo llamaron desde 1770 los misioneros
capuchinos establecidos allí. El 16 de noviembre de 1860 la Legislatura
le cambió el nombre por Nueva Providencia. Sobre el origen del nombre El
Callao hay varias versiones: una según la cual el pueblo perdurable se levantó
sobre un terreno de canto rodado, otra que la asocia con un minero que
egoístamente "callao" extraía oro
del lugar hasta que lo descubrieron y una tercera que se vincula con El Callao peruano fundado en 1537, asaltado
por el pirata Drake en 1578 para apoderarse de sus tesoros y bombardeado
en 1866 por la escuadra española,
precisamente cuando la región del Yuruari era cañoneada por la usura y los buscadores de fortuna desde todas partes
de Venezuela y el extranjero.
El Callao ha predominado hasta nuestros días
la compañía minera más importante del siglo pasado (6 de febrero de 1878) se
llama Compañía Minera El Callao fundada por
la firma Juan Bautista Dalla Costa e hijos y presidida por don Antonio Liccioni bajo cuya presidencia llegó a convertirse
en la más rica del mundo. En 1855 produjo 8 millones 195 mil 500 gramos de oro.
Su actividad se extendió hasta 1897 cuando se declaró en quiebra.
La Compañía minera de El Callao, llegó a
embarcar por los animados puertos de Ciudad
Bolívar hacia el exterior, un promedio de 8 mil onzas de oro mensual,
siendo los meses de agosto y diciembre los de mayor auge (11 mil onzas). En
abril y mayo de 1878 debido al atraco al "Correo del Oro" en el que
murió su conductor el norteamericano Frank Bush, la exportación cayó
asombrosamente a menos de la mitad.
Para la época no se conocía el Bolívar.
Nuestro signo monetario era el Venezolano; el
Franco y la Libra esterlina, las divisas extranjeras con las cuales se
comerciaba el oro. No se conocía otro tipo de transporte que el fluvial, a
través de barcos de vela o de vapor; y el terrestre, utilizando burros,
caballos, mulos y carromatos tirados por yuntas de bueyes, de manera que la
producción aurífera proveniente del filón de El Callao y otras minas satélites se transportaba a Ciudad Bolívar en
barras y a lomo de mulas.
El asalto al Correo del Oro se produjo el 6 de
abril de 1878 en Rancho Tejas, sobre un
camino de recuas entre Upata y Guasipati. La remesa fue recuperada,
capturados y muertos los asaltantes.
Treinta y nueve años
después se repitió, cuando Tomás Antonio Bello y Feliciano
Muñoz transportaban varias barras para Casas Blohm y Casalta. El asalto lo perpetró
individualmente Osmundio Pastor Ortega, quien dio
muerte a Bello y a Muñoz con un rifle cruzando a nado el río Caura. Fue capturado y sentenciado a sufrir veinte años
en la prisión de Puerto Cabello.
Actualmente, las minas
de El Callao figuran como reservas nacionales y son explotadas por Venorca
que es una empresa filial de Ferrominera Orinoco y CVG-Minerven cuya planta
procesa 700 toneladas de material aurífero por día. Minerven es una empresa
del Estado Venezolano administrada por la CVG, y su función es producir oro de
manera eficiente para comercializarlo
rentablemente, además de promover el desarrollo de la minería aurífera.
Fue constituida como empresa
mixta en 1970 y nacionalizada en 1974. Dispone de doce concesiones de 500
hectáreas cada una, en lo que se conoce como el distrito aurífero de El Callao.
La empresa inició sus operaciones en 1981,
cuando la mina se encontraba todavía en una etapa de desarrollo incipiente de
sus frentes de explotación y con una situación financiera crítica.
Luego de cuatro años de precaria producción, a finales de 1987, se situó sobre
los 1.300 kilogramos de oro mensual
producto de una organización total de la empresa y de los grandes esfuerzos
realizados en geología, mantenimiento, administración
y comercialización. En 1992 obtuvo una ganancia superior al millar de
millones de bolívares.
Explotación del diamante
Hubo un tiempo, los
años setenta, en que la explotación del diamante en Guayana tuvo mayor auge y
relevancia que el oro. Sin embargo, jamás hemos producido tanto diamante como
el Congo, Chana, Sudáfrica, Liberia o
Tanganika, pero si lo suficiente para una modesta industria que no
tenemos, pues la extracción de esta piedra preciosa desde 1913, que comenzó la
explotación de los depósitos de aluvión adyacentes a los cursos de los ríos de
la Gran Sabana, jamás ha cesado y si llegan a explotar las rocas madres o
kimberlitas no sería aventurado afirmar que Guayana se colocaría entonces a nivel
de los grandes productores.
Los primeros
diamantes hallados en Guayana datan de 1913 y a partir de entonces
no ha parado la actividad extractiva, con un promedio de 4.807 quilates
hasta 1939. En 1940 la producción fue de 14.525 y se mantuvo en descenso hasta 1974 que
se situó en 1.248.979 quilates métricos, la más elevada hasta entonces seguida
de la registrada en 1975 que fue de 1.055.331. Luego ha venido descendiendo,
acentuadamente a partir de 1983 (278.916,90 quilates) cuando se produjo la
devaluación del bolívar y los buscadores de diamantes desviaron su fervorosa
actividad hacia los yacimientos auríferos de aluvión, mientras que la
actividad en las minas de El Callao se intensificó y puso a valer con una
moderna tecnología y mayores inversiones por parte del Estado Venezolano.
El auge diamantífero
durante los años setenta se debe a los placeres del río
Guaniamo, los más importantes encontrados hasta ahora. Desde 1913 los
mineros venían rastreando el diamante en los aluviones de la cuenca del Caroní
y del Cuyuní por el lado suroriental, hasta 1971 que iniciaron la búsqueda por la región
suroccidental con muy buena fortuna, en las cuencas del Cuchivero y el Caura.
Pero el desideratum del minero es poder dar
con la kimberlita, vale decir, con la roca madre del diamante.
El extinto profesor
de Geología de la UDO, José Baptista Gomes, quién realizó estudios en tal
sentido y comprobó, junto con el Dr. Darcey Pedro Svisero, de la Universidad de Indiana, que los diamantes del
Guainiamo tienen el mismo origen de
las gemas africanas, me informó en una oportunidad que Angola y el Congo Belga tardaron más de 40 años en descubrir
la roca madre trabajando e investigando de forma organizada. Rusia aprovechó la experiencia africana y tardó sólo 12
años en llegar hasta las kimberlitas para figurar en las estadísticas
mundiales de grandes productores de la
gema. El Dr. Erwin Arrieta, Ministro de Energía y Minas, anunció recientemente
-5 de mayo- el hallazgo de kimberlitas en Guayana a través de un trabajo de prospección minera, lo cual le abre promisorias
perspectivas a la explotación diamantífera. El problema es que no existe un
Programa del Diamante.
En Venezuela llevamos
tres cuartos de siglo sacando diamantes con palín y suruca de la manera más
espontánea y aventurada. Jamás aquí se ha trabajado
organizadamente sobre la base de un programa, ni se ha considerado este
renglón minero como aspecto importante de la economía. A los guayaneses, en
especial a geólogos y economistas, les resulta inconcebible que se haya dejado
pasar tanto tiempo sin haberse elaborado un Programa del Diamante.
A pesar del diamante
extraído en el curso continuado de tres cuartos de siglo, todavía queda
suficiente como para pensar seriamente en un Programa y más ahora con el
anuncio del Ministro Arrieta. Los diamantes que los mineros guayaneses
explotaban en las cuencas de los ríos, quebradas
y bolsones de los valles, llevados allí por las crecidas, se cree que vienen de la Formación Roraima cuya edad se
calcula en 1.700 millones de años.
Mientras esta formación domine la topografía de la
región, habrá piedras preciosas en los
cauces de los ríos en forma más o menos esporádica. Por otra parte, es
conocida el área abarcada en épocas anteriores por la Formación Roraima, donde
se cree tiene que haber mucho diamante. Tal concepto de geólogos de la escuela de Geología y Minas de la UDO ofrece
una perspectiva favorable del futuro del diamante dentro del aspecto
económico.
A pesar de que el diamante
se explota en Venezuela (Guayana desde 1913)
no se conoce una estadística sistemática sino desde 1940 que marca un primer período hasta 1945, en el cual el
promedio de la producción se situó en 22.595 quilates por año. Desde
1946 a 1955, se observó un notable crecimiento a partir de 1961 hasta alcanzar
en 1974 la máxima de 1.248.979 quilates.
Esta cifra hasta ahora no ha podido ser superada, por el contrario, la
tendencia a bajar ha sido acentuada, especialmente desde 1983 que se inició la
progresiva devaluación de nuestro signo monetario
con relación al dólar, desviando la atención del minero hacia la búsqueda del dorado, que es algo así como,
extraer dólares del subsuelo.
La producción actual
representa menos del uno por ciento de la producción mundial, pero la óptima
calidad del diamante venezolano (60 por ciento talla) lo hace muy apreciado.
Pero, ¿qué hacemos con nuestro diamante? El
diamante nuestro sale en bruto hacia el
mercado internacional por dos vías diferentes: la vía legal y la vía del contrabando, de manera que nunca las
cifras oficiales representan la realidad de nuestra producción, una
producción que si fuese toda tallada aquí
constituiría un denso renglón de la economía nacional.
El
Ministerio de Minas no tiene conocimiento exacto de la magnitud del contrabando de piedras preciosas, a través
de las fronteras con Brasil y Colombia, y mediante avionetas que con visas de
turismo vienen desde el Norte. Las estimaciones de conocedores del negocio son
situadas en un 30 por ciento con respecto a la producción controlada.
Lo intrincado de la selva y la soledad
reinante en la inmensa región de Guayana son factores propicios para el tráfico
clandestino de mineros provenientes del Brasil, Colombia y Guyana, que trabajan
sin control, en la mayoría de los casos, llevándose ilegalmente a sus países
piedras preciosas de gran tamaño y óptimo rendimiento.
No obstante, el valor que le agrega la talla
al diamante, en Venezuela, con 75 años de
explotación, no existe una industria del diamante. Israel, sin embargo,
con una población inferior a la de nuestro país y en cuyo suelo no existen
yacimientos diamantíferos, tiene una auténtica industria conformada por más de diez mil talladores. De acuerdo con recortes de
prensa de nuestro archivo, Israel importó en 1960 aproximadamente un millón y
medio de quilates de diamantes, evaluados en 51 millones de dólares y exportó
618 mil quilates por el valor de 61 millones de dólares.
Tenemos información de
que en Venezuela sólo operan unos ocho o diez establecimientos donde
se talla el diamante, número insuficiente para absorber la producción, y de
allí, que el 95 por ciento de la misma vaya a parar en bruto a los mercados
internacionales.
Preocupada por esta realidad, la Universidad
de Oriente, por iniciativa del extinto José
Baptista Gomes, creó el 3 de noviembre de 1976 el Taller Escuela de
Talla de Diamantes que tiene por objeto formar personal, técnicamente
capacitado, para trabajar el diamante bruto que se extrae de las minas. La UDO
adquiere un promedio anual de 200 mil bolívares
en diamantes para labores de entrenamiento en clases, los cuales ya convertidos en brillantes quedan como
patrimonio de la UDO. En la
actualidad, la Universidad tiene acumulados y dispuestos para la venta
3.640 brillantes (961,70 quilates) que reposan en bóveda del Banco Unión
(Banesco) de Ciudad Bolívar y los cuales han sido tasados en más de un
millón de dólares.
En Guayana existen
determinadas, cuatro zonas diamantíferas: la Cuenca del
Cuchivero y del Caura, la Cuenca del Caroní, la Cuenca del Cuyuní y la Cuenca del Ventuari y
Alto Orinoco. En todas el Estado ha otorgado
concesiones y ha estimulado cooperativas, pero entre todas las minas sigue
siendo la del Guainiamo, al Sur de Caicara del Orinoco, la más importante y donde surgieron pueblos mineros de
nombres pintorescos: Los Bigotes del Gobernador (Garrido), El Milagro,
La Bicicleta, La Cuaima, Tres Choques, el
Resbalón del Diablo, La Salvación, El Candado, Candelita, Empeluzcado,
Caracolito, El Danto, La Culebra, Sebanon y Las Pavas, entre otras.
Pero el Guainiamo como muchas otras minas
famosas del pasado está en decadencia. Botó mucho diamante, miles de quilates,
millones de bolívares y la gente se pregunta cuánto le quedó a los centenares
de mineros que pasaron por allí, cuánto al Estado, de esa inmensa riqueza extraída del subsuelo. Muy poco tal vez,
confirmando lo que siempre se ha criticado: que el minero, especialmente
el buscador de diamantes es un explotado. Un hombre que se juega la vida
desafiando la hostilidad de la selva, trabajando sin cesar de sol a sol,
desgarrando la tierra hasta sus más profundas capas para encontrar la piedra
preciosa que deslumbra con sus facetas de líneas luminosas.
A veces tiene suerte, otras pierde su trabajo
y el crédito. Vuelve a insistir en el punto donde sospecha que hay diamantes
hasta conseguir recompensa y sus esfuerzos. Pero el minero es un ser que de
pronto pierde el sentido de la realidad,
deja volteada la tierra, se va al poblado, vende la piedra encontrada,
paga a quien le debe y luego pierde la razón entre copas y mujeres, cuando no en el juego o en las trampas que suele
tenderle esa abigarrada gama de
aprovechadores que vuelan cuando trasciende la explosión de una bomba o
la alargada de una bulla.