domingo, 6 de mayo de 2018

PROLOGO

Este trabajo de Américo Fernández es un aporte indiscutible al conocimiento del esfuerzo desplegado en Guayana por sus hombres, para obtener el mayor provecho de sus recursos naturales. Partiendo de su idea central sobre la utopía de El Dorado que ingenuamente esperaban encontrarse los colonizadores. Este gran periodista nos adentra en una historia de realizaciones guayanesas que superan cualquier tesoro que pudiera entregarnos la naturaleza.
Creo importante el concepto desarrollado por el autor en cuanto a percibir la riqueza guayanesa sólo como partida privilegiada para el necesario esfuerzo de enriquecimiento humano. La idea de Américo Fernández responde a un enfoque perfectamente coherente con una visión moderna de los procesos pro­ductivos y de la capacidad competitiva que deben desarrollar las naciones. En el mundo de hoy, los recur­sos naturales sólo toman sentido cuando el hombre los transforma de manera eficiente y limpia.
No se trata, como nos plantea el autor, de encontrar oro suficiente como para agotar nuestras necesidades y apetencias, sin desplegar un esfuerzo creador. Esa no es la historia que se reseña en este libro, sino el empeño necesario del hombre en Guayana por planificar y ejecutar, de la manera más inteligente, el apro­vechamiento de una parte realmente única del planeta.
Pero es el proceso de enriquecimiento del conocimiento humano el que hace dejar de buscar las fantasía4) para comenzar a encontrar las realidades maravillosas del ingenioso trabajo del hombre. Los colonizado­res no comprendieron que el gran esfuerzo que tenían que hacer para remontar el Caroní y buscar el tesoro, era en sí mismo su riqueza generadora de la energía más limpia.
Si bien encontramos en la obra un despliegue de evidencias de los variados y voluminosos recursos naturales identificados en Guayana, es igualmente generoso el autor en reseñar las investigaciones y ejecutorias desplegadas por los hombres nacidos y llegados a estas tierras. Es tan importante y significa­tiva la obra realizada en la industria eléctrica, del hierro, del acero, del aluminio, del oro, forestal, agrícola y pecuaria; que se acrecienta la responsabilidad de quienes tenemos que garantizar la continuidad del esfuerzo del hombre por aprovechar esa naturaleza de forma ingeniosa.
Hasta ahora, el gran aporte financiero para mantener ese aprovechamiento de los recursos de Guayana, lo hizo principalmente el Estado Venezolano. Pero la pérdida de su capacidad como inversionista nos obliga a construir un modelo de desarrollo que incorpore capitales privados nacionales e internacionales, para evitar interrumpir el esfuerzo sostenido en Guayana para la construcción de "El Dorado para orfebres" ideado por Américo Fernández.
Acordamos su publicación y recomendamos su lectura a todos los hombres de Guayana, pero sobre todo a los del resto del país, que representados por el Estado Venezolano han invertido allí. 
          Elías Nadin Ynaty Bello Diciembre, 1995

INDICE

I
El Dorado
Guayana producto de una Quimera
 La herencia de Berrío
Final de los Ilusos

II
El Mercantilismo
Nacimiento de Guayana como verdad
Guayana, llave de las Comunicaciones

III
Presencia de Humboldt y Bompland
Naturalistas y Exploradores
Guayana capital de la Independencia
Los Males de la Selva


IV
La Explotación del Oro
Minerven
Explotación del Diamante

V
Río Caroní
Del Marcela al Caroní
La Primera Presa

VI
La Gran Presa de Guri
Operación Rescate
Macagua II
La Industria Integral del Aluminio

VII
El Hierro
Planta Siderúrgica del Orinoco 
Puerto Ordaz y Ciudad Piar
Ferrominera Orinoco

VIII
El Caura
Bosques
Productos de la Floresta del Sur 
Desarrollo Agrícola y Pecuario

XIX
Corporación Venezolana de Guayana
CVG Ciudad Guayana y Región como un todo

X
La Otra Realidad
Retorno a la Filosofía Original Privatización
Nuevas Obras y Proyectos

XI
Los 35 Años de la CVG 
Nuevos Retos

La Realidad de un  Mito














I-El Dorado


Guayana producto de una Quimera
La herencia de Berrio
Final de los Ilusos
La atracción que el oro ejerce sobre la humanidad es antiquísima a juz­gar por los textos bíblicos y fábulas del vellocino de oro y el Jardín de las Hespérides guardados celosamente por dragones, de manera que cuan­do el europeo comenzó a incursionar en tierras indoamericanas y vio pepitas de oro colgando en los collares de los Guayanos, se dejaron arras­trar con la misma fuerza irresistiblemente ambiciosa del hombre por uno de los metales per se incorruptibles.
La atracción fue abismalmente incontrolable, hasta el punto de que cen­tenares de europeos no pudieron salir jamás del foso de la ilusión áurea que como trampa se multiplicaba sobre la inconmensurable selva que separa al Orinoco del Atlántico. Quedaron hundidos para siempre en la tierra que reservaba sus riquezas para las generaciones de otros tiempos seculares.
Definitivamente, en Guayana está El Dorado, mágico símbolo de una ciudad fabulosa tocada en cada piedra por la mano taumaturga de Midas y en pos de esa ciudad habrían podido venir los héroes o semidioses de la mitología griega o romana, pero sólo se atrevieron temerarios hombres de carne y hueso, entre los más connotados, el conquistador Diego de Ordaz, primero en remontar hasta el meta el Orinoco, dar referencias de él y bautizar con voz indígena autóctona a la región de Guayana; Anto­nio Sedeño, muerto en el intento, envenenado por una de sus esclavas; Diego Fernández de Serpa, gobernador de Nueva Andalucía, embosca­do y muerto por indios Cumanagotos cuando se dirigía con su expedi­ción hacia el Orinoco; Antonio de Berrío, primer Gobernador de Guayana; Walter Raleigh, el primero en escribir un libro sobre el "Descubrimiento, vasto, rico y hermoso imperio de Guayana", con una descripción de la áurea ciudad de Manoa; y, Manuel Centurión, segundo Gobernador des­de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco, quien a mediados del siglo XVIII decidió vanamente los últimos intentos por dar con el fabu­loso Dorado que no pudieron hallar acá ni allá en el Occidente los gober­nadores Welser Ambrosio Alfinger, Jorge Spira, Nicolás de Federman y Felipe de Hutten, como tampoco el fundador de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, explorando a lo largo del Magdalena ni menos Sebastián de Benalcázar, fundador de Quito y Guayaquil, quien se aproximó al Lago de Guatavita en la meseta de Bogotá.
Nada pudieron estos pro-hombres de la aventura y la conquista. Para ellos el fabuloso país de los Omaguas con su centro capital en Manoa, a la orilla del Lago Parima, custodiados, no por Dragones de cien cabezas como en el jardín de las Hespérides penetrado por Hércules para llevarse las manzanas de oro, sino por seres descomunalmente extraños como los Ewaipanomas pintados por Raleigh.
Quien más se afanó por buscar la ciudad de El Dorado desde Nueva Granada fue Antonio de Berrío, heredero por dos vidas de las Capitula­ciones de su tío político Gonzalo Jiménez de Quesada. Berrío realizó tres expediciones: la primera por el río Casanare y el Meta hasta llegar al Orinoco, pero sin pasar el Raudal de Atures; la segunda, cruzando los llanos de Casanare y Meta hasta la banda oriental del Orinoco; más la tercera, y definitiva, cubriendo toda la trayectoria del Orinoco hasta acam­par en la desembocadura del Caroní.
Este segoviano tomó posesión de Guayana el 23 de abril de 1593 des­pués de sus tres expediciones en once años y un gasto de cien mil pesos de oro, a través de su lugarteniente el Maestro de Campo Domingo de Vera Irbagoyen y el Registrador del ejército Rodrigo de Caranca. Desde aquí, luego de la fundación de Santo Tomás de Guayana el 21 de diciem­bre de 1595, se buscó y descubrieron los medios más fáciles de entrar y poblar la extensa y dilatada provincia incorporada al Reinado de España entonces en manos de Felipe II.
Después de las más penosas vicisitudes, hostilizada sin cesar por corsarios y piratas de países rivales de España, la ciudad en ciernes sobrevivió varias leguas más arriba frente a la Piedra del Medio, justamente en la parte más angosta del Orinoco y desde este centro capital los gobernado­res sucesores de don Antonio de Berrío fueron colonizando y consoli­dando la provincia olvidándose de la quimera o espejismo de El Dorado y afianzando su estancia social y económica en otras posibilidades.
El fraile Antonio Caulín, cronista de las Misiones y uno de los tres cape­llanes de la Expedición de Límites, no creía en El Dorado. Si fuera cierta esta magnífica ciudad y sus decantados tesoros -decía- ya estuviera des­cubierta, y quizás poseída por los holandeses de Surinam, para quienes no hay rincón accesible donde no pretendan instalar su comercio, como lo hacen frecuentemente en las riberas del Orinoco y otros parajes más distantes, que penetran guiados por los mismos indios que para ellos no tienen secreto oculto.
Tanto para Caulín como para los demás expedicionarios de límites, El Dorado era otra realidad que no alcanzaban a ver lo ilusos: La realidad de los ingentes recursos naturales de Guayana que debían explorarse y explotarse con la ciencia, la tecnología adecuada y el trabajo productivo. La Expedición de Límites traía, además de la misión oficial de demarcar fronteras, proyectos que tendrán relevancia en el tiempo.

Entre 1735 y 1743 aparece el hierro, un mineral que significará mucho en el porvenir de la región. Surge en una mina de Capapui de Upata y de la cual es enviada una muestra a la Corte de España junto con otras de oro y plata. Asimismo, aparecen en Angostura y del cual da cuenta el francis­cano Antonio Caulín en su Historia de la Nueva Andalucía. Los vesti­gios del mineral se localizan en un paraje de las inmediaciones de Angos­tura en cuyo sitio habrá de asentarse la capital de la provincia de Guaya­na: En este cerro se encuentra en abundancia una especie de piedra, que juzgo es la que llaman esmeril, muy parecida al mineral de hierro y que suplirá la falta de este metal para socorro de metrallas, si se fortificase aquel paraje, como se intenta y lo considero utilísimo para sujeción de las naciones pobladas, especialmente los Caribes, para contener el ilícito tra­to y comercio de éstos con los holandeses, que por descuido o gratifica­ción consiguiesen el paso franco en la Guayana; en fin, será de esta suerte la llave del Orinoco, con que se cerrará la puerta a los gravísimos daños que por ella entran, en perjuicio de ambas majestades, de que daré, si se ofreciese, evidentes pruebas.

jueves, 3 de mayo de 2018

II-El Mercantilismo

Nacimiento de Guayana como verdad
Guayana
llave de las
Comunicaciones

Dentro de la política económica de la época que era la del Mercantilismo, el Estado resultaba más fuerte mientras más metales preciosos atesora­ba. De allí el interés marcado de España por metales como el oro, la plata, el platino y el hierro, todo lo cual según las muestras había en Guayana. La existencia de estos metales aceleró el tratado de Madrid que dio lugar a la Expedición de Límites que, aunque fue un fracaso desde el punto de vista de la demarcación de fronteras entre Brasil y la Guayana Venezolana debido a que los portugueses hicieron mutis en el escenario, tuvo en cambio, otros logros que definieron, estructuraron y encauzaron el destino de la provincia.
Guayana había sido una región de gran resistencia a la entrada y consoli­dación del poblamiento y administración española. Esto se rompe. El nacimiento de Guayana como entidad territorial, administrativa, política, social y económica es en verdad la obra de la Expedición de Límites, aunque es admisible el fracaso del trazado de la línea fronteriza.
La expedición de Límites tuvo tres grandes fases: la fase de exploración, la de los recursos para realizarla y transformación regional de Guayana.
Los primeros obstáculos que impidieron el avance de la expedición se localizan entre 1754 y 1756 cuando José Solano y Bote trató de traspo­ner los raudales de Atures y Maipures. Es una etapa de activación, de Desarrollo de la estructura logística: red de abastecimiento, de transpor­te, víveres, dinero. Es una estructura de ocupación del territorio que avanza. Esta primera etapa pasó por un momento absolutamente crítico porque España todavía no tenía claro para que servía eso y la situación era muy grave dentro de la expedición, pues habían muerto, además del botánico Pedro Lóefling, varios cosmógrafos e infantes a lo cual se su­maba la deserción de tropas reclutadas en Cumaná.
Del 56 al 58 se produjo una especie de relanzamiento de la Expedición a partir de los recursos obtenidos a través de dos emisarios enviados a España y Santa Fe de Bogotá. Se trazan planes de ocupación favoreci­dos por el conocimiento del Alto Orinoco, por parte de José Solano, que es el ejecutor de esa política. Es entonces cuando la Expedición comien­za a verse como una entidad de transformación regional toda vez que se monta una estructura de poblamiento, una estructura socio-económica y política para la Guayana de la segunda mitad del siglo XVIII.
El fracaso de la Expedición de Límites desde el punto de vista de demar­cación de fronteras obligó a España y Portugal a suscribir en la ciudad del Pardo otro Tratado modificatorio del anterior y a partir de allí Gua­yana entró en una etapa distinta. Una parte de los expedicionarios se volvieron a España y figuras significativas se radicaron. José de Iturriaga, comandante de la Expedición de Límites, se quedó como Comandante de las nuevas poblaciones del Orinoco. Se establecieron entonces dos Comandancias: La Comandancia de Guayana con asiento en Angostura a cargo de Joaquín Moreno de Mendoza y la Comandancia de las nuevas poblaciones del Orinoco, a cargo de José de Iturriaga.
A partir de 1763 aparece en Caracas la figura emblemática y fundamental para entender la Expedición de Límites que es José Solano como Capitán General, como administrador de la expansión española en el Alto Orino­co y Río Negro, y quien va a racionalizar todo el proceso de la Coman­dancia de nuevas poblaciones.
Con la doble Comandancia Orinoco y Guayana que suscitó diferencias entre Moreno de Mendoza y José de Iturriaga se buscaba una forma militar y un nuevo dispositivo de defensa, verdaderamente eficaz al tiem­po, que el traslado de la Capital de Guayana a la Angostura del Orinoco (1764) y el logro de un tipo de estructura socio-económica de frontera permitiera una consolidación dentro de la ocupación realizada en los años de la Expedición de Limites.
Para tales efectos, se tenían mediante una economía de guerra, proyectos para localización de minerales en la zona de La Esmeralda que ya había sido explorada por Apolinar Díaz de la Fuente, desarrollo de una explo­tación de Cacagual Silvestre del Alto Orinoco y otras iniciativas que se materializaron a partir del Gobernador Manuel Centurión, quien fundó y repobló 40 pueblos, fortificó los puntos vitales de la provincia, estimuló la inmigración, permitió el mestizaje y le imprimió gran impulso al desa­rrollo urbano de la ciudad capital.
En 1788, en tiempos del Gobernador Miguel Marmión se envían a Ma­drid para su estudio las primeras muestras de madera de los densos bos­ques de Guayana y se comienza a ver los resultados de la gestión admi­nistrativa de Centurión, en el ramo de agricultura y la ganadería. Las Misiones del Caroní sacan de Upata unas 600 pacas de tabaco anuales y un censo pecuario sitúa la ganadería en 220 mil cabezas para 1790, año éste en que el Papa Pio VI decreta la creación de la Diócesis de Guayana con jurisdicción sobre todas las provincias del Oriente y se inicia el co­mercio libre con España.

En un informe dirigido por el Gobernador Miguel Marmión al Rey Car­los III (10 de julio de 1788), se refiere a Guayana como llave de las comunicaciones entre las provincias de Cumaná, Casanare, Nueva Gra­nada y el litoral atlántico, utilizando el Orinoco como la vía más expedi­ta. Alerta sobre el peligro de la penetración extranjera a través del río Esequibo mediante la implantación de conuqueros y plantea la necesidad de contrarrestarla poblando las fronteras y dotando a las familias pobres de 25 a 30 vacas para lograr una política de asentamiento eficaz. En este sentido, propone quitarle a las misiones la Administración de los hatos, lo cual por supuesto, le valió un serio conflicto con los religiosos catala­nes de las Misiones. En su informe, Marmión calcula la población de Guayana en 24.325 habitantes.

lunes, 30 de abril de 2018

III-Presencia de Humboldt y Bompland



Naturalistas y Exploradores
Guayana
capital de la
Independencia
Los Males de la Selva

La presencia de los naturalistas Alejandro de Humboldt (Alemán), y Aimé Bompland (francés), marcan en Guayana el inicio del Siglo XIX. Ellos por cuenta propia vinieron en cierto modo a secundar la obra de Pedro Lóefling, primer botánico que llega a Venezuela donde introduce el mi­croscopio. Lóefling, integrante de la Expedición de Límites y quién den­tro de su labor universalmente científica, traía la misión de explorar la existencia de siembras naturales de especies, particularmente de canela, así como plantas medicinales como la quina, murió prematuramente a la edad de 27 años en las Misiones del Caroní.
Humboldt, acompañado de Bompland, entró al Orinoco por la vía de San Fernando el 5 de abril de 1800. Visitó todos los poblados y misiones a la vera del río llegando hasta San Carlos de Río de Negro. Estudió los grandes afluentes del Orinoco, así como, las características singulares del Caño Casiquiare. En este recorrido observó la fauna, la flora, la hidrografía, los hábitos indígenas, la elaboración del curare, la antropo­logía cultural de las tribus orinoquenses. De La Esmeralda regresó, des­cendiendo el Orinoco, hasta Angostura, donde permaneció durante un mes enfermo de malaria al igual que Bompland y su ayudante el indio guaiquerí Carlos Delpino, embarcado en las costas de la Isla de Coche, y quien murió en Angostura.
Después de Humboldt y Bompland, vinieron a Guayana otros naturalis­tas como Alfred Russell Wallace, uno de los más notables de su época. Estuvo en 1851, y dos años más tarde su homólogo y coterráneo británi­co Richard Spruce, precursor de los estudios botánicos en la amazonia venezolana.
Wallace realizó interesantes hallazgos en el campo de la zoogeografía y la biología evolutiva. Coincidió con Charles Darwin en una teoría sobre el origen de las especies por selección natural, mientras que Spruce (1817­1893), gran conocedor de la flora indígena, realizó importantes hallaz­gos en musgos y hepáticas.
Luego de ellos aparecen Henry A. Wickham, aventurado en el espacio de la selva tropical en busca de riquezas naturales renovables como el caucho; Jules Cervaux, médico francés atraído por las etnias y la ator­mentada geografía de la selva; Jean Chaffanjón, autor del libro "El Orinoco y el Caura" y quien pretendió haber descubierto las cabeceras del Orinoco; Enrique Stanko Vráz, naturalista búlgaro-checo, quién ob­tuvo una importante colección de muestras de la biología tropical orinoquense, estudió la cultura de las comunidades indígenas con las cuales tuvo contacto. Y además, de estos científicos y exploradores de la selva tropical orinoquense del siglo XIX no faltaron otros como Eugene André, quien hizo expedición hasta el Caura y el viajero alemán Frederich Gerstachke, quien destaca en su libro Viaje por Venezuela en el año 1868 la colonia alemana de Ciudad Bolívar y la humanística personalidad del gobernan­te Juan Bautista Dalla Costa.
Pero de todos ellos el más relevante sin duda y el que dio un aporte substancial al conocimiento científico en los más diversos órdenes, fue Alejandro Humboldt, a quien junto con Lóefling menciona el Correo del Orinoco en el editorial de su primer número: "Como la empresa de este papel no ha sido premeditada, y estamos en un país en que no se han visto más libros que los que traían los Españoles para dar a los pueblos leccio­nes de barbarie, o momentáneamente los de algún viajero, como Lóefling y Humboldt, no podemos darle desde el principio todo el interés, de que es susceptible una Gazeta cuya sola existencia en el centro de las inmen­sas soledades del Orinoco es ya un hecho señalado en la historia del talento humano, y más cuando en estos mismos desiertos se pelea contra el monopolio y contra el despotismo por la libertad del Comercio univer­sal y por los derechos del Mundo".
En París, a su regreso del Nuevo Mundo, Humboldt conoció a Bolívar y éste le confió su anhelo de libertar a su patria del dominio español, pero el sabio alemán se manifestó muy escéptico. "Jamás le creí a Bolívar -cuenta el propio Humboldt- el llamado a ser jefe de la cruzada america­na. Como acababa yo de visitar las colonias españolas y había palpado el estado político de muchas de ellas, podía juzgar con más exactitud que Bolívar, que no conocía sino Venezuela. Confieso que me equivoqué, cuando lo juzgué como un hombre pueril, incapaz de empresa tan fecun­da como la que luego supo llevar a glorioso término. Mi compañero Bompland fue más sagaz que yo, pues desde muy al principio juzgó favo­rablemente a Bolívar y aún le estimulaba delante de mí. Recuerdo que una mañana me escribió diciéndome que Bolívar le había comunicado los proyectos que le animaban, respecto a la independencia de Venezuela y que no sería extraño que lo llevara adelante, pues tenía de su joven amigo la opinión más favorable. Me pareció entonces que Bompland también deliraba. El delirante no era él, sino yo, que muy tarde vine a comprender mi error". Efectivamente, Humboldt estaba en un error de incredulidad el cual rectificó después que Bolívar desde Guayana llevó los pendones de la emancipación hasta el Perú. Porque la provincia de Guayana que hasta 1817 estuvo en poder de España, se convirtió necesariamente en asiento de los Poderes Supremos de la República. En ella, el segundo Congreso de Venezuela o Congreso de Angostura, proclamó la independencia De la Gran Colombia y fundó   el hebdoma­dario que desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822, sirvió a la causa de la Independencia "desde las inmensas soledades del Orinoco".
Guayana, como lo decía Miguel Marmión, constituía "la llave de las co­municaciones entre las provincias de Cumaná, Casanare, Nueva Granada y el litoral atlántico". Una verdad que se hizo patente en la tercera y última fase de la guerra de independencia. Esta condición estratégica permitió al Libertador sostener la guerra hasta la victoria final. Además, Guayana le resultaba buena para ofender y ser defendida, aparte de re­unir los recursos necesarios para alimentar y dotar a los ejércitos. Justa­mente, cuando el Congreso de la República de 1846 decretó la sustitu­ción del nombre de Angostura por el de la Ciudad Bolívar, consideraba que Guayana tiene motivos muy particulares para llevar el nombre au­gusto de Bolívar, porque fue la sagrada cuna de la Independencia y el asilo de los patriotas errantes en países extranjeros, y porque allí princi­pió la época más gloriosa de Bolívar, y de allí sacó los recursos para liberar a la Nueva Granada y el resto de Venezuela.
El gran enemigo interno de la provincia de Guayana desde los tiempos de El Dorado hasta los años que corren, han sido las enfermedades de la selva. Enfermedades que se mantienen en ciclo selvático y cuando el hombre ingresa a esos lugares se convierte en eslabón de esos ciclos y éstas dejan de ser zoonosis para transformarse en antroponosis la esquistosomiasis, está ocurriendo con la oncocercosis que deja ciegos a nuestros indios y podría ocurrir con otros males.
De allí que desde el siglo XIX haya habido preocupación en Guayana por investigar y combatir estos males a través de individualidades de la ciencia de la salud como la Escuela de Medicina, creada en la ciudad, por el Dr. Ramón Isidro Montes siendo Rector (1850-1854) del Colegio Nacional de Primera Categoría, el cual fue transformado en Universi­dad en 1898. La actual Escuela de Medicina de la Universidad de Orien­te, heredera de aquella, a través de su Departamento de Parasitología y Microbiología se desvive por estudiar e investigar a fondo los males de la selva que entran a los conglomerados humanos de la ciudad.
La Fiebre Amarilla hizo estragos en Guayana hasta que apareció la va­cuna preparada con hígado de monos enfermos, gracias al esfuerzo cien­tífico de los doctores Stokes y Naguchi, quienes murieron a causa del mal en África Occidental.

En 1838, estuvo en Guayana y Maturín estudiando la fiebre amarilla el médico Luis Daniel Beaperthuy, descubridor del aedes aegypti, agente transmisor. Beaperthuy, quien se casó y radicó en Cumaná, estuvo en Guayana, siendo viajero naturalista del Museo de Historia de París (1838­1841). La Fiebre Amarilla o Vómito Negro, como le decían en Las Antillas, se registró en Guayana con fuerza epidémica entre 1926 y 1932. De entonces es el libro Geografía del Yuruari, del upatense doctor Eduardo Oxford egresado de la antigua Universidad de Guayana y uno de los más exitosos combatientes de la Malaria y la Fiebre Amarilla en la región yuruarense, penetrada por buscadores de oro, piedras preciosas y explo­radores de subproductos de la selva como el balatá, el pendare y el caucho.

jueves, 26 de abril de 2018

IV-La Explotación del Oro



Minerven
Explotación del 
Diamante

La existencia de oro en el Yuruari, la intuyeron los conquistadores, los afanados doradistas, pero jamás pudieron localizarlo. Tampoco los mi­sioneros establecidos en las inmediaciones desde el siglo dieciocho die­ron cuenta de su existencia, pero era una verdad palpable en las manos de los indios, confirmada más tarde por las noticias que desde el cantón de Upata llegaban a la Angostura del Orinoco.
Una hoja impresa en el taller tipográfico de Pedro Cristiano Vicentini el 2 de mayo de 1850, informa de la presencia del mineral dorado en las costas Yuruari.
"No es una fábula o una ficción -dice la hoja-, de la existencia de una Nueva California en esta provincia. Las recientes noticias que se han recibido en estos días del cantón de Upata, acaban por fin de confirmar el descubrimiento de una opulenta mina de oro en el Yuruari, cerca del pueblo de Tupuquén.
Tupuquén, situado sobre una meseta que se extiende hasta la orilla occi­dental del Yuruari señoréase sobre sabanas ricas en pastos con muchos rebaños. A menos de un kilómetro, atravesando el Yuruari está "la opu­lenta mina de oro". Es la mina de Caratal, nombre asociado a la Carata, una palmera de prodigiosa sombra en los techos de las churuatas. A este Caratal donde el oro brota en grano mezclado con greda y piedra de los barrancos aluvionales, los mineros o buscadores de fortuna preferían llamarlo "Nueva Providencia". El cognomento ha debido ocurrírsele a Pedro Monasterios, quien mayor importancia le dio a la mina y difundió la noticia aunque ya antes, en 1842, el brasilero Pedro Joaquín Ayres había hecho exploraciones con resultados satisfactorios en el llamado "Barranco de los Frailes" tenido como el primer venero de oro descu­bierto en Guayana y el cual marcó la ruta hacia el fabuloso filón de El Callao.
Pedro Monasterios Soto, llamó poderosamente la atención sobre las ri­cas minas de Caratal, viene siendo el bisabuelo de Rafael Monasterios, pintor venezolano a quién el 24 de noviembre de 1989 la Galería de Arte Nacional y el Museo de Barquisimeto celebraron los cien años de su natalicio con una exposición selectiva de sus obras.
Pedro Monasterios, antes de internarse en la selva del Yuruari, había estado en Angostura como edecán del general José Laurencio Silva y, posiblemente entonces, lo picó el prurito de El Dorado, pues tan pronto cesó la campaña libertadora que lo llevó hasta Guayaquil, regresó a Nueva Granada en 1830 donde adquirió conocimientos prácticos de mineralogía.
Luego se vino de su natal Caracas, pasó a Barquisimeto y finalmente se trasladó a Guayana por la vía de San Fernando de Apure. Como lo haría casi un siglo después, Lucas Fernández Peña hasta fundar y quedarse en Santa Elena de Uairén. Monasterios buscaba oro y lo encontró abundan­temente en Caratal. A pesar de que dos peones que descubrió lo engaña­ban tragándose las pepitas, logró obtener en sólo un mes más de cincuen­ta onzas de oro en polvo y granos que parecían lentejas.
Monasterios exhibió su producción a los vecinos del cantón de Upata, desde donde se difundió la noticia a todos los rincones. Pero no quiso volver porque pasó mucha hambre y los peones lo engañaban. Regresó a Barquisimeto emocionado por su hazaña, porque más que una aventu­ra, resultaba una hazaña, entonces internarse en la selva y emocionado también de haber convencido a los guyaneses de la existencia de ricas minas auríferas en el Sur, que llevan siglo y medio explotándose y cada vez en cantidades superiores.
El médico francés Luis Plassard, graduado en la Universidad de Lyon en 1836, prestaba servicios en la Colonia Tovar en 1847, cuando decidió radicarse en Angostura atraído por las posibilidades que le ofrecía la región para satisfacer no sólo su carrera de médico, sino otras inquietu­des. Tan pronto llegó se casó con la guayanesa Luisa Benvenuto, pero no tuvo hijos. Dictó un curso de cirugía y medicina en el Colegio Fede­ral de Varones y se interesó por la cultura de los indios al igual que por los yacimientos auríferos de Caratal que exploró autorizado por la Go­bernación a cargo de José Tomás Machado, para verificar las noticias según las cuales se estaba ante una "Nueva California" que pudiera darle un vuelco a la economía de la región. Pero al perecer, por unas declara­ciones del Juez de la parroquia de Tupuquén, Andrés Hernández Mora­les, el informe de Plassard al Gobierno no daba mucha esperanza.
El Juez de Paz Andrés Hernández Morales, de la Parroquia Tupuquén de la cual dependía Caratal, quien había levantado un informe para el jefe político del cantón de Upata sobre los descubrimientos auríferos en Caratal o Nueva Providencia, fue desmentido públicamente y ridiculizado por el doctor I,uis Plassard, quien con anterioridad había sido comisionado por la Gobernación para explorar la geología del Yuruary.
Sin embargo, el Juez de Paz presentó una serie de cartas que daban tes­timonio de la existencia de oro, como de su profusión y calidad, no obs­tante, los métodos rudimentarios que se utilizaban para la extracción. Presentó cartas de Vicente León, que dijo haber hallado un pedazo de oro que pesaba 46 onzas; de Lino Acuña, quien encontró una barreta de oro de 5 pulgadas de largo y 2 y media de grueso que pesaba 24 onzas; de los hermanos Silva, quienes obtuvieron granos de oro de 32 onzas; de Francisco Mendoza, quien durante cinco semanas de trabajo extrajo 80 onzas de oro de un barranco; de Concepción Campos, quien durante el lapso de ocho días de trabajo logro 5 libras de oro; de Manuel Antonio Zumeta, quien desde enero a septiembre obtuvo 17 y media libras de oro. Todo este precioso hallazgo aurífero ocurrió en 1857.
Francisco Rojas y Michelena, comisionado por el Gobierno Nacional para hacer una exploración oficial del Orinoco, Casiquiare, Río Negro y Amazonas, se hallaba en Ciudad Bolívar en 1857 y recibió instrucciones de levantar un Informe sobre los supuestos ricos yacimientos auríferos de Caratal.
A bordo de un bongo y a favor de la corriente salió de la ciudad el 16 de septiembre de ese año con destino a Puerto Tablas para desde allí prose­guir por tierra y sobre lomo de mula hasta Caratal. El Trayecto navega­ble lo cubrió en 15 horas. Puerto de Tablas, en la embocadura del Caroní, frente a la isla Fajardo, era punto alterno obligado para quienes viajan al interior. Por este atracadero se embarcaba el ganado, los frutos y se practicaba el contrabando. Había una buena posada y San Félix un poco distante del puerto, era prácticamente, un pueblo en ruinas a decir de Rojas y Michelena. Aquí se tomaban en alquiler las mulas al precio de 8 pesos cada una y al paso de dos días hasta el Cantón de Upata y de aquí, al precio de dos pesos más y a paso de tres días, hasta Tupuquén.
Caratal era para el año 1857 unos cuantos ranchos entre árboles. El oro se explotaba en barrancos en el propio lugar y se lavaba en la quebrada descendente del Salto Macupia. La forma de explotar el oro era bastante rudimentaria. La batea el instrumento principal y la greda, se desmenuza­ba con las manos. Era realmente un trabajo heroico y sacrificado. Sin duda que había mucho oro en el lugar y las evidencias eran muy tangi­bles.
Y así, como había escondido en las entrañas de la tierra casi inalcanzable con esa técnica tan primitiva de los años 1850, había en Tupuquén bos­ques de plantas preciosas y de gran utilidad en farmacia como la quina, la vainilla, la carapa, la copaiba, el popey, la hipecacuana, el cáustico bolombago que suple a la cantárida y la cruceta real.
La población de Caratal crecía a medida que se difundía la noticia de la riqueza. Había venezolanos de varias provincias mezclados con antillanos­. Para ese momento se contaba 32 negros trinitarios, 3 ingleses, 3 franceses de las Antillas y 6 de Demerara.
El informe de Michelena y Rojas fue muy favorable. Daba cuenta de lo cierto de los yacimientos y de sus ventajas para la economía. Sólo observaba como contrario las fiebres terciarias, la falta de autoridad y lo primitivo de la técnica de explotación. Importantemente curioso resultaba para él cómo el río Caroní divide "perfectamente esta parte de Guayana dos terrenos geológicamente distintos: la parte oriental, aurífera; y, la occidental, ferruginosa y notablemente volcánica, en donde encontré, a una cuarta de legua del camino que conduce de Araciama, masas enormes de hierro, ya en estado puro, ya vulcanizadas en formas de lava".
Tres años después, en 1860, Florentino Grillet, quien había sido Presi­dente del Estado (1841-1842), fundó la "Compañía del Yuruari" con un capital de 50 mil pesos para explotar una mina llamada Cicapara, en la Costa del Yuruari que luego se extendió hasta Caratal. A partir de allí un sinnúmero de empresas se legalizaron para explotar los ricos yacimien­tos, por lo que en 1875 la Asamblea Legislativa se vio impelida a legislar sobre la materia dictando un Código Minero, más para estimular la ex­plotación y cobrar el impuesto que para ejercer un control de regulación estricto.
Para 1857, todavía no existía El Callao, como pueblo propiamente, sino Tupuquén o San Félix de Tupuquén como lo llamaron desde 1770 los misioneros capuchinos establecidos allí. El 16 de noviembre de 1860 la Legislatura le cambió el nombre por Nueva Providencia. Sobre el ori­gen del nombre El Callao hay varias versiones: una según la cual el pueblo perdurable se levantó sobre un terreno de canto ro­dado, otra que la asocia con un minero que egoístamente "callao" ex­traía oro del lugar hasta que lo descubrieron y una tercera que se vincula con El Callao peruano fundado en 1537, asaltado por el pirata Drake en 1578 para apoderarse de sus tesoros y bombardeado en 1866 por la es­cuadra española, precisamente cuando la región del Yuruari era cañoneada por la usura y los buscadores de fortuna desde todas partes de Venezuela y el extranjero.
El Callao ha predominado hasta nuestros días la compañía minera más importante del siglo pasado (6 de febrero de 1878) se llama Compañía Minera El Callao fundada por la firma Juan Bautista Dalla Costa e hijos y presidida por don Antonio Liccioni bajo cuya presidencia llegó a con­vertirse en la más rica del mundo. En 1855 produjo 8 millones 195 mil 500 gramos de oro. Su actividad se extendió hasta 1897 cuando se de­claró en quiebra.
La Compañía minera de El Callao, llegó a embarcar por los animados puertos de Ciudad Bolívar hacia el exterior, un promedio de 8 mil onzas de oro mensual, siendo los meses de agosto y diciembre los de mayor auge (11 mil onzas). En abril y mayo de 1878 debido al atraco al "Co­rreo del Oro" en el que murió su conductor el norteamericano Frank Bush, la exportación cayó asombrosamente a menos de la mitad.
Para la época no se conocía el Bolívar. Nuestro signo monetario era el Venezolano; el Franco y la Libra esterlina, las divisas extranjeras con las cuales se comerciaba el oro. No se conocía otro tipo de transporte que el fluvial, a través de barcos de vela o de vapor; y el terrestre, utili­zando burros, caballos, mulos y carromatos tirados por yuntas de bue­yes, de manera que la producción aurífera proveniente del filón de El Callao y otras minas satélites se transportaba a Ciudad Bolívar en barras y a lomo de mulas.
El asalto al Correo del Oro se produjo el 6 de abril de 1878 en Rancho Tejas, sobre un camino de recuas entre Upata y Guasipati. La remesa fue recuperada, capturados y muertos los asaltantes.
Treinta y nueve años después se repitió, cuando Tomás Antonio Bello y Feliciano Muñoz transportaban varias barras para Casas Blohm y Casalta. El asalto lo perpetró individualmente Osmundio Pastor Ortega, quien dio muerte a Bello y a Muñoz con un rifle cruzando a nado el río Caura. Fue capturado y sentenciado a sufrir veinte años en la prisión de Puerto Cabello.
Actualmente, las minas de El Callao figuran como reservas nacionales y son explotadas por Venorca que es una empresa filial de Ferrominera Orinoco y CVG-Minerven cuya planta procesa 700 toneladas de mate­rial aurífero por día. Minerven es una empresa del Estado Venezolano administrada por la CVG, y su función es producir oro de manera efi­ciente para comercializarlo rentablemente, además de promover el desa­rrollo de la minería aurífera.
Fue constituida como empresa mixta en 1970 y nacionalizada en 1974. Dispone de doce concesiones de 500 hectáreas cada una, en lo que se conoce como el distrito aurífero de El Callao. La empresa inició sus operaciones en 1981, cuando la mina se encontra­ba todavía en una etapa de desarrollo incipiente de sus frentes de explo­tación y con una situación financiera crítica. Luego de cuatro años de precaria producción, a finales de 1987, se situó sobre los 1.300 kilogra­mos de oro mensual producto de una organización total de la empresa y de los grandes esfuerzos realizados en geología, mantenimiento, admi­nistración y comercialización. En 1992 obtuvo una ganancia superior al millar de millones de bolívares.
Explotación del diamante
Hubo un tiempo, los años setenta, en que la explotación del diamante en Guayana tuvo mayor auge y relevancia que el oro. Sin embargo, jamás hemos producido tanto diamante como el Congo, Chana, Sudáfrica, Liberia o Tanganika, pero si lo suficiente para una modesta industria que no tenemos, pues la extracción de esta piedra preciosa desde 1913, que comenzó la explotación de los depósitos de aluvión adyacentes a los cursos de los ríos de la Gran Sabana, jamás ha cesado y si llegan a ex­plotar las rocas madres o kimberlitas no sería aventurado afirmar que Guayana se colocaría entonces a nivel de los grandes productores.
Los primeros diamantes hallados en Guayana datan de 1913 y a partir de entonces no ha parado la actividad extractiva, con un promedio de 4.807 quilates hasta 1939. En 1940 la producción fue de 14.525 y se mantuvo en descenso hasta 1974 que se situó en 1.248.979 quilates métricos, la más elevada hasta entonces seguida de la registrada en 1975 que fue de 1.055.331. Luego ha venido descendiendo, acentuadamente a partir de 1983 (278.916,90 quilates) cuando se produjo la devaluación del bolí­var y los buscadores de diamantes desviaron su fervorosa actividad ha­cia los yacimientos auríferos de aluvión, mientras que la actividad en las minas de El Callao se intensificó y puso a valer con una moderna tecnología y mayores inversiones por parte del Estado Venezolano.
El auge diamantífero durante los años setenta se debe a los placeres del río Guaniamo, los más importantes encontrados hasta ahora. Desde 1913 los mineros venían rastreando el diamante en los aluviones de la cuenca del Caroní y del Cuyuní por el lado suroriental, hasta 1971 que iniciaron la búsqueda por la región suroccidental con muy buena fortuna, en las cuencas del Cuchivero y el Caura. Pero el desideratum del minero es poder dar con la kimberlita, vale decir, con la roca madre del diamante.
El extinto profesor de Geología de la UDO, José Baptista Gomes, quién realizó estudios en tal sentido y comprobó, junto con el Dr. Darcey Pe­dro Svisero, de la Universidad de Indiana, que los diamantes del Guainiamo tienen el mismo origen de las gemas africanas, me informó en una opor­tunidad que Angola y el Congo Belga tardaron más de 40 años en descu­brir la roca madre trabajando e investigando de forma organizada. Rusia aprovechó la experiencia africana y tardó sólo 12 años en llegar hasta las kimberlitas para figurar en las estadísticas mundiales de grandes pro­ductores de la gema. El Dr. Erwin Arrieta, Ministro de Energía y Minas, anunció recientemente -5 de mayo- el hallazgo de kimberlitas en Guaya­na a través de un trabajo de prospección minera, lo cual le abre promisorias perspectivas a la explotación diamantífera. El problema es que no existe un Programa del Diamante.
En Venezuela llevamos tres cuartos de siglo sacando diamantes con palín y suruca de la manera más espontánea y aventurada. Jamás aquí se ha trabajado organizadamente sobre la base de un programa, ni se ha consi­derado este renglón minero como aspecto importante de la economía. A los guayaneses, en especial a geólogos y economistas, les resulta incon­cebible que se haya dejado pasar tanto tiempo sin haberse elaborado un Programa del Diamante.
A pesar del diamante extraído en el curso continuado de tres cuartos de siglo, todavía queda suficiente como para pensar seriamente en un Pro­grama y más ahora con el anuncio del Ministro Arrieta. Los diamantes que los mineros guayaneses explotaban en las cuencas de los ríos, quebradas y bolsones de los valles, llevados allí por las crecidas, se cree que vienen de la Formación Roraima cuya edad se calcula en 1.700 millones de años.
Mientras esta formación domine la topografía de la región, habrá pie­dras preciosas en los cauces de los ríos en forma más o menos esporádi­ca. Por otra parte, es conocida el área abarcada en épocas anteriores por la Formación Roraima, donde se cree tiene que haber mucho diamante. Tal concepto de geólogos de la escuela de Geología y Minas de la UDO ofrece una perspectiva favorable del futuro del diamante dentro del as­pecto económico.
A pesar de que el diamante se explota en Venezuela (Guayana desde 1913) no se conoce una estadística sistemática sino desde 1940 que mar­ca un primer período hasta 1945, en el cual el promedio de la producción se situó en 22.595 quilates por año. Desde 1946 a 1955, se observó un notable crecimiento a partir de 1961 hasta alcanzar en 1974 la máxima de 1.248.979 quilates. Esta cifra hasta ahora no ha podido ser superada, por el contrario, la tendencia a bajar ha sido acentuada, especialmente desde 1983 que se inició la progresiva devaluación de nuestro signo monetario con relación al dólar, desviando la atención del minero hacia la búsqueda del dorado, que es algo así como, extraer dólares del subsuelo.
La producción actual representa menos del uno por ciento de la produc­ción mundial, pero la óptima calidad del diamante venezolano (60 por ciento talla) lo hace muy apreciado.
Pero, ¿qué hacemos con nuestro diamante? El diamante nuestro sale en bruto hacia el mercado internacional por dos vías diferentes: la vía legal y la vía del contrabando, de manera que nunca las cifras oficiales repre­sentan la realidad de nuestra producción, una producción que si fuese toda tallada aquí constituiría un denso renglón de la economía nacional.
El Ministerio de Minas no tiene conocimiento exacto de la magnitud del contrabando de piedras preciosas, a través de las fronteras con Brasil y Colombia, y mediante avionetas que con visas de turismo vienen desde el Norte. Las estimaciones de conocedores del negocio son situadas en un 30 por ciento con respecto a la producción controlada.
Lo intrincado de la selva y la soledad reinante en la inmensa región de Guayana son factores propicios para el tráfico clandestino de mineros provenientes del Brasil, Colombia y Guyana, que trabajan sin control, en la mayoría de los casos, llevándose ilegalmente a sus países piedras preciosas de gran tamaño y óptimo rendimiento.
No obstante, el valor que le agrega la talla al diamante, en Venezuela, con 75 años de explotación, no existe una industria del diamante. Israel, sin embargo, con una población inferior a la de nuestro país y en cuyo suelo no existen yacimientos diamantíferos, tiene una auténtica indus­tria conformada por más de diez mil talladores. De acuerdo con recortes de prensa de nuestro archivo, Israel importó en 1960 aproximadamente un millón y medio de quilates de diamantes, evaluados en 51 millones de dólares y exportó 618 mil quilates por el valor de 61 millones de dólares.
Tenemos información de que en Venezuela sólo operan unos ocho o diez establecimientos donde se talla el diamante, número insuficiente para absorber la producción, y de allí, que el 95 por ciento de la misma vaya a parar en bruto a los mercados internacionales.
Preocupada por esta realidad, la Universidad de Oriente, por iniciativa del extinto José Baptista Gomes, creó el 3 de noviembre de 1976 el Taller Escuela de Talla de Diamantes que tiene por objeto formar per­sonal, técnicamente capacitado, para trabajar el diamante bruto que se extrae de las minas. La UDO adquiere un promedio anual de 200 mil bolívares en diamantes para labores de entrenamiento en clases, los cua­les ya convertidos en brillantes quedan como patrimonio de la UDO. En la actualidad, la Universidad tiene acumulados y dispuestos para la ven­ta 3.640 brillantes (961,70 quilates) que reposan en bóveda del Banco Unión (Banesco) de Ciudad Bolívar y los cuales han sido tasados en más de un
millón de dólares.
En Guayana existen determinadas, cuatro zonas diamantíferas: la Cuen­ca del Cuchivero y del Caura, la Cuenca del Caroní, la Cuenca del Cuyuní y la Cuenca del Ventuari y Alto Orinoco. En todas el Estado ha otorga­do concesiones y ha estimulado cooperativas, pero entre todas las minas sigue siendo la del Guainiamo, al Sur de Caicara del Orinoco, la más importante y donde surgieron pueblos mineros de nombres pintorescos: Los Bigotes del Gobernador (Garrido), El Milagro, La Bicicleta, La Cuaima, Tres Choques, el Resbalón del Diablo, La Salvación, El Canda­do, Candelita, Empeluzcado, Caracolito, El Danto, La Culebra, Sebanon y Las Pavas, entre otras.
Pero el Guainiamo como muchas otras minas famosas del pasado está en decadencia. Botó mucho diamante, miles de quilates, millones de bolívares y la gente se pregunta cuánto le quedó a los centenares de mineros que pasaron por allí, cuánto al Estado, de esa inmensa riqueza extraída del subsuelo. Muy poco tal vez, confirmando lo que siempre se ha criticado: que el minero, especialmente el buscador de diamantes es un explotado. Un hombre que se juega la vida desafiando la hostilidad de la selva, trabajando sin cesar de sol a sol, desgarrando la tierra hasta sus más profundas capas para encontrar la piedra preciosa que deslum­bra con sus facetas de líneas luminosas.

A veces tiene suerte, otras pierde su trabajo y el crédito. Vuelve a insistir en el punto donde sospecha que hay diamantes hasta conseguir recom­pensa y sus esfuerzos. Pero el minero es un ser que de pronto pierde el sentido de la realidad, deja volteada la tierra, se va al poblado, vende la piedra encontrada, paga a quien le debe y luego pierde la razón entre copas y mujeres, cuando no en el juego o en las trampas que suele tenderle esa abigarrada gama de aprovechadores que vuelan cuando trasciende la explosión de una bomba o la alargada de una bulla.