domingo, 6 de mayo de 2018

PROLOGO

Este trabajo de Américo Fernández es un aporte indiscutible al conocimiento del esfuerzo desplegado en Guayana por sus hombres, para obtener el mayor provecho de sus recursos naturales. Partiendo de su idea central sobre la utopía de El Dorado que ingenuamente esperaban encontrarse los colonizadores. Este gran periodista nos adentra en una historia de realizaciones guayanesas que superan cualquier tesoro que pudiera entregarnos la naturaleza.
Creo importante el concepto desarrollado por el autor en cuanto a percibir la riqueza guayanesa sólo como partida privilegiada para el necesario esfuerzo de enriquecimiento humano. La idea de Américo Fernández responde a un enfoque perfectamente coherente con una visión moderna de los procesos pro­ductivos y de la capacidad competitiva que deben desarrollar las naciones. En el mundo de hoy, los recur­sos naturales sólo toman sentido cuando el hombre los transforma de manera eficiente y limpia.
No se trata, como nos plantea el autor, de encontrar oro suficiente como para agotar nuestras necesidades y apetencias, sin desplegar un esfuerzo creador. Esa no es la historia que se reseña en este libro, sino el empeño necesario del hombre en Guayana por planificar y ejecutar, de la manera más inteligente, el apro­vechamiento de una parte realmente única del planeta.
Pero es el proceso de enriquecimiento del conocimiento humano el que hace dejar de buscar las fantasía4) para comenzar a encontrar las realidades maravillosas del ingenioso trabajo del hombre. Los colonizado­res no comprendieron que el gran esfuerzo que tenían que hacer para remontar el Caroní y buscar el tesoro, era en sí mismo su riqueza generadora de la energía más limpia.
Si bien encontramos en la obra un despliegue de evidencias de los variados y voluminosos recursos naturales identificados en Guayana, es igualmente generoso el autor en reseñar las investigaciones y ejecutorias desplegadas por los hombres nacidos y llegados a estas tierras. Es tan importante y significa­tiva la obra realizada en la industria eléctrica, del hierro, del acero, del aluminio, del oro, forestal, agrícola y pecuaria; que se acrecienta la responsabilidad de quienes tenemos que garantizar la continuidad del esfuerzo del hombre por aprovechar esa naturaleza de forma ingeniosa.
Hasta ahora, el gran aporte financiero para mantener ese aprovechamiento de los recursos de Guayana, lo hizo principalmente el Estado Venezolano. Pero la pérdida de su capacidad como inversionista nos obliga a construir un modelo de desarrollo que incorpore capitales privados nacionales e internacionales, para evitar interrumpir el esfuerzo sostenido en Guayana para la construcción de "El Dorado para orfebres" ideado por Américo Fernández.
Acordamos su publicación y recomendamos su lectura a todos los hombres de Guayana, pero sobre todo a los del resto del país, que representados por el Estado Venezolano han invertido allí. 
          Elías Nadin Ynaty Bello Diciembre, 1995

INDICE

I
El Dorado
Guayana producto de una Quimera
 La herencia de Berrío
Final de los Ilusos

II
El Mercantilismo
Nacimiento de Guayana como verdad
Guayana, llave de las Comunicaciones

III
Presencia de Humboldt y Bompland
Naturalistas y Exploradores
Guayana capital de la Independencia
Los Males de la Selva


IV
La Explotación del Oro
Minerven
Explotación del Diamante

V
Río Caroní
Del Marcela al Caroní
La Primera Presa

VI
La Gran Presa de Guri
Operación Rescate
Macagua II
La Industria Integral del Aluminio

VII
El Hierro
Planta Siderúrgica del Orinoco 
Puerto Ordaz y Ciudad Piar
Ferrominera Orinoco

VIII
El Caura
Bosques
Productos de la Floresta del Sur 
Desarrollo Agrícola y Pecuario

XIX
Corporación Venezolana de Guayana
CVG Ciudad Guayana y Región como un todo

X
La Otra Realidad
Retorno a la Filosofía Original Privatización
Nuevas Obras y Proyectos

XI
Los 35 Años de la CVG 
Nuevos Retos

La Realidad de un  Mito














I-El Dorado


Guayana producto de una Quimera
La herencia de Berrio
Final de los Ilusos
La atracción que el oro ejerce sobre la humanidad es antiquísima a juz­gar por los textos bíblicos y fábulas del vellocino de oro y el Jardín de las Hespérides guardados celosamente por dragones, de manera que cuan­do el europeo comenzó a incursionar en tierras indoamericanas y vio pepitas de oro colgando en los collares de los Guayanos, se dejaron arras­trar con la misma fuerza irresistiblemente ambiciosa del hombre por uno de los metales per se incorruptibles.
La atracción fue abismalmente incontrolable, hasta el punto de que cen­tenares de europeos no pudieron salir jamás del foso de la ilusión áurea que como trampa se multiplicaba sobre la inconmensurable selva que separa al Orinoco del Atlántico. Quedaron hundidos para siempre en la tierra que reservaba sus riquezas para las generaciones de otros tiempos seculares.
Definitivamente, en Guayana está El Dorado, mágico símbolo de una ciudad fabulosa tocada en cada piedra por la mano taumaturga de Midas y en pos de esa ciudad habrían podido venir los héroes o semidioses de la mitología griega o romana, pero sólo se atrevieron temerarios hombres de carne y hueso, entre los más connotados, el conquistador Diego de Ordaz, primero en remontar hasta el meta el Orinoco, dar referencias de él y bautizar con voz indígena autóctona a la región de Guayana; Anto­nio Sedeño, muerto en el intento, envenenado por una de sus esclavas; Diego Fernández de Serpa, gobernador de Nueva Andalucía, embosca­do y muerto por indios Cumanagotos cuando se dirigía con su expedi­ción hacia el Orinoco; Antonio de Berrío, primer Gobernador de Guayana; Walter Raleigh, el primero en escribir un libro sobre el "Descubrimiento, vasto, rico y hermoso imperio de Guayana", con una descripción de la áurea ciudad de Manoa; y, Manuel Centurión, segundo Gobernador des­de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco, quien a mediados del siglo XVIII decidió vanamente los últimos intentos por dar con el fabu­loso Dorado que no pudieron hallar acá ni allá en el Occidente los gober­nadores Welser Ambrosio Alfinger, Jorge Spira, Nicolás de Federman y Felipe de Hutten, como tampoco el fundador de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, explorando a lo largo del Magdalena ni menos Sebastián de Benalcázar, fundador de Quito y Guayaquil, quien se aproximó al Lago de Guatavita en la meseta de Bogotá.
Nada pudieron estos pro-hombres de la aventura y la conquista. Para ellos el fabuloso país de los Omaguas con su centro capital en Manoa, a la orilla del Lago Parima, custodiados, no por Dragones de cien cabezas como en el jardín de las Hespérides penetrado por Hércules para llevarse las manzanas de oro, sino por seres descomunalmente extraños como los Ewaipanomas pintados por Raleigh.
Quien más se afanó por buscar la ciudad de El Dorado desde Nueva Granada fue Antonio de Berrío, heredero por dos vidas de las Capitula­ciones de su tío político Gonzalo Jiménez de Quesada. Berrío realizó tres expediciones: la primera por el río Casanare y el Meta hasta llegar al Orinoco, pero sin pasar el Raudal de Atures; la segunda, cruzando los llanos de Casanare y Meta hasta la banda oriental del Orinoco; más la tercera, y definitiva, cubriendo toda la trayectoria del Orinoco hasta acam­par en la desembocadura del Caroní.
Este segoviano tomó posesión de Guayana el 23 de abril de 1593 des­pués de sus tres expediciones en once años y un gasto de cien mil pesos de oro, a través de su lugarteniente el Maestro de Campo Domingo de Vera Irbagoyen y el Registrador del ejército Rodrigo de Caranca. Desde aquí, luego de la fundación de Santo Tomás de Guayana el 21 de diciem­bre de 1595, se buscó y descubrieron los medios más fáciles de entrar y poblar la extensa y dilatada provincia incorporada al Reinado de España entonces en manos de Felipe II.
Después de las más penosas vicisitudes, hostilizada sin cesar por corsarios y piratas de países rivales de España, la ciudad en ciernes sobrevivió varias leguas más arriba frente a la Piedra del Medio, justamente en la parte más angosta del Orinoco y desde este centro capital los gobernado­res sucesores de don Antonio de Berrío fueron colonizando y consoli­dando la provincia olvidándose de la quimera o espejismo de El Dorado y afianzando su estancia social y económica en otras posibilidades.
El fraile Antonio Caulín, cronista de las Misiones y uno de los tres cape­llanes de la Expedición de Límites, no creía en El Dorado. Si fuera cierta esta magnífica ciudad y sus decantados tesoros -decía- ya estuviera des­cubierta, y quizás poseída por los holandeses de Surinam, para quienes no hay rincón accesible donde no pretendan instalar su comercio, como lo hacen frecuentemente en las riberas del Orinoco y otros parajes más distantes, que penetran guiados por los mismos indios que para ellos no tienen secreto oculto.
Tanto para Caulín como para los demás expedicionarios de límites, El Dorado era otra realidad que no alcanzaban a ver lo ilusos: La realidad de los ingentes recursos naturales de Guayana que debían explorarse y explotarse con la ciencia, la tecnología adecuada y el trabajo productivo. La Expedición de Límites traía, además de la misión oficial de demarcar fronteras, proyectos que tendrán relevancia en el tiempo.

Entre 1735 y 1743 aparece el hierro, un mineral que significará mucho en el porvenir de la región. Surge en una mina de Capapui de Upata y de la cual es enviada una muestra a la Corte de España junto con otras de oro y plata. Asimismo, aparecen en Angostura y del cual da cuenta el francis­cano Antonio Caulín en su Historia de la Nueva Andalucía. Los vesti­gios del mineral se localizan en un paraje de las inmediaciones de Angos­tura en cuyo sitio habrá de asentarse la capital de la provincia de Guaya­na: En este cerro se encuentra en abundancia una especie de piedra, que juzgo es la que llaman esmeril, muy parecida al mineral de hierro y que suplirá la falta de este metal para socorro de metrallas, si se fortificase aquel paraje, como se intenta y lo considero utilísimo para sujeción de las naciones pobladas, especialmente los Caribes, para contener el ilícito tra­to y comercio de éstos con los holandeses, que por descuido o gratifica­ción consiguiesen el paso franco en la Guayana; en fin, será de esta suerte la llave del Orinoco, con que se cerrará la puerta a los gravísimos daños que por ella entran, en perjuicio de ambas majestades, de que daré, si se ofreciese, evidentes pruebas.

jueves, 3 de mayo de 2018

II-El Mercantilismo

Nacimiento de Guayana como verdad
Guayana
llave de las
Comunicaciones

Dentro de la política económica de la época que era la del Mercantilismo, el Estado resultaba más fuerte mientras más metales preciosos atesora­ba. De allí el interés marcado de España por metales como el oro, la plata, el platino y el hierro, todo lo cual según las muestras había en Guayana. La existencia de estos metales aceleró el tratado de Madrid que dio lugar a la Expedición de Límites que, aunque fue un fracaso desde el punto de vista de la demarcación de fronteras entre Brasil y la Guayana Venezolana debido a que los portugueses hicieron mutis en el escenario, tuvo en cambio, otros logros que definieron, estructuraron y encauzaron el destino de la provincia.
Guayana había sido una región de gran resistencia a la entrada y consoli­dación del poblamiento y administración española. Esto se rompe. El nacimiento de Guayana como entidad territorial, administrativa, política, social y económica es en verdad la obra de la Expedición de Límites, aunque es admisible el fracaso del trazado de la línea fronteriza.
La expedición de Límites tuvo tres grandes fases: la fase de exploración, la de los recursos para realizarla y transformación regional de Guayana.
Los primeros obstáculos que impidieron el avance de la expedición se localizan entre 1754 y 1756 cuando José Solano y Bote trató de traspo­ner los raudales de Atures y Maipures. Es una etapa de activación, de Desarrollo de la estructura logística: red de abastecimiento, de transpor­te, víveres, dinero. Es una estructura de ocupación del territorio que avanza. Esta primera etapa pasó por un momento absolutamente crítico porque España todavía no tenía claro para que servía eso y la situación era muy grave dentro de la expedición, pues habían muerto, además del botánico Pedro Lóefling, varios cosmógrafos e infantes a lo cual se su­maba la deserción de tropas reclutadas en Cumaná.
Del 56 al 58 se produjo una especie de relanzamiento de la Expedición a partir de los recursos obtenidos a través de dos emisarios enviados a España y Santa Fe de Bogotá. Se trazan planes de ocupación favoreci­dos por el conocimiento del Alto Orinoco, por parte de José Solano, que es el ejecutor de esa política. Es entonces cuando la Expedición comien­za a verse como una entidad de transformación regional toda vez que se monta una estructura de poblamiento, una estructura socio-económica y política para la Guayana de la segunda mitad del siglo XVIII.
El fracaso de la Expedición de Límites desde el punto de vista de demar­cación de fronteras obligó a España y Portugal a suscribir en la ciudad del Pardo otro Tratado modificatorio del anterior y a partir de allí Gua­yana entró en una etapa distinta. Una parte de los expedicionarios se volvieron a España y figuras significativas se radicaron. José de Iturriaga, comandante de la Expedición de Límites, se quedó como Comandante de las nuevas poblaciones del Orinoco. Se establecieron entonces dos Comandancias: La Comandancia de Guayana con asiento en Angostura a cargo de Joaquín Moreno de Mendoza y la Comandancia de las nuevas poblaciones del Orinoco, a cargo de José de Iturriaga.
A partir de 1763 aparece en Caracas la figura emblemática y fundamental para entender la Expedición de Límites que es José Solano como Capitán General, como administrador de la expansión española en el Alto Orino­co y Río Negro, y quien va a racionalizar todo el proceso de la Coman­dancia de nuevas poblaciones.
Con la doble Comandancia Orinoco y Guayana que suscitó diferencias entre Moreno de Mendoza y José de Iturriaga se buscaba una forma militar y un nuevo dispositivo de defensa, verdaderamente eficaz al tiem­po, que el traslado de la Capital de Guayana a la Angostura del Orinoco (1764) y el logro de un tipo de estructura socio-económica de frontera permitiera una consolidación dentro de la ocupación realizada en los años de la Expedición de Limites.
Para tales efectos, se tenían mediante una economía de guerra, proyectos para localización de minerales en la zona de La Esmeralda que ya había sido explorada por Apolinar Díaz de la Fuente, desarrollo de una explo­tación de Cacagual Silvestre del Alto Orinoco y otras iniciativas que se materializaron a partir del Gobernador Manuel Centurión, quien fundó y repobló 40 pueblos, fortificó los puntos vitales de la provincia, estimuló la inmigración, permitió el mestizaje y le imprimió gran impulso al desa­rrollo urbano de la ciudad capital.
En 1788, en tiempos del Gobernador Miguel Marmión se envían a Ma­drid para su estudio las primeras muestras de madera de los densos bos­ques de Guayana y se comienza a ver los resultados de la gestión admi­nistrativa de Centurión, en el ramo de agricultura y la ganadería. Las Misiones del Caroní sacan de Upata unas 600 pacas de tabaco anuales y un censo pecuario sitúa la ganadería en 220 mil cabezas para 1790, año éste en que el Papa Pio VI decreta la creación de la Diócesis de Guayana con jurisdicción sobre todas las provincias del Oriente y se inicia el co­mercio libre con España.

En un informe dirigido por el Gobernador Miguel Marmión al Rey Car­los III (10 de julio de 1788), se refiere a Guayana como llave de las comunicaciones entre las provincias de Cumaná, Casanare, Nueva Gra­nada y el litoral atlántico, utilizando el Orinoco como la vía más expedi­ta. Alerta sobre el peligro de la penetración extranjera a través del río Esequibo mediante la implantación de conuqueros y plantea la necesidad de contrarrestarla poblando las fronteras y dotando a las familias pobres de 25 a 30 vacas para lograr una política de asentamiento eficaz. En este sentido, propone quitarle a las misiones la Administración de los hatos, lo cual por supuesto, le valió un serio conflicto con los religiosos catala­nes de las Misiones. En su informe, Marmión calcula la población de Guayana en 24.325 habitantes.