lunes, 30 de abril de 2018

III-Presencia de Humboldt y Bompland



Naturalistas y Exploradores
Guayana
capital de la
Independencia
Los Males de la Selva

La presencia de los naturalistas Alejandro de Humboldt (Alemán), y Aimé Bompland (francés), marcan en Guayana el inicio del Siglo XIX. Ellos por cuenta propia vinieron en cierto modo a secundar la obra de Pedro Lóefling, primer botánico que llega a Venezuela donde introduce el mi­croscopio. Lóefling, integrante de la Expedición de Límites y quién den­tro de su labor universalmente científica, traía la misión de explorar la existencia de siembras naturales de especies, particularmente de canela, así como plantas medicinales como la quina, murió prematuramente a la edad de 27 años en las Misiones del Caroní.
Humboldt, acompañado de Bompland, entró al Orinoco por la vía de San Fernando el 5 de abril de 1800. Visitó todos los poblados y misiones a la vera del río llegando hasta San Carlos de Río de Negro. Estudió los grandes afluentes del Orinoco, así como, las características singulares del Caño Casiquiare. En este recorrido observó la fauna, la flora, la hidrografía, los hábitos indígenas, la elaboración del curare, la antropo­logía cultural de las tribus orinoquenses. De La Esmeralda regresó, des­cendiendo el Orinoco, hasta Angostura, donde permaneció durante un mes enfermo de malaria al igual que Bompland y su ayudante el indio guaiquerí Carlos Delpino, embarcado en las costas de la Isla de Coche, y quien murió en Angostura.
Después de Humboldt y Bompland, vinieron a Guayana otros naturalis­tas como Alfred Russell Wallace, uno de los más notables de su época. Estuvo en 1851, y dos años más tarde su homólogo y coterráneo británi­co Richard Spruce, precursor de los estudios botánicos en la amazonia venezolana.
Wallace realizó interesantes hallazgos en el campo de la zoogeografía y la biología evolutiva. Coincidió con Charles Darwin en una teoría sobre el origen de las especies por selección natural, mientras que Spruce (1817­1893), gran conocedor de la flora indígena, realizó importantes hallaz­gos en musgos y hepáticas.
Luego de ellos aparecen Henry A. Wickham, aventurado en el espacio de la selva tropical en busca de riquezas naturales renovables como el caucho; Jules Cervaux, médico francés atraído por las etnias y la ator­mentada geografía de la selva; Jean Chaffanjón, autor del libro "El Orinoco y el Caura" y quien pretendió haber descubierto las cabeceras del Orinoco; Enrique Stanko Vráz, naturalista búlgaro-checo, quién ob­tuvo una importante colección de muestras de la biología tropical orinoquense, estudió la cultura de las comunidades indígenas con las cuales tuvo contacto. Y además, de estos científicos y exploradores de la selva tropical orinoquense del siglo XIX no faltaron otros como Eugene André, quien hizo expedición hasta el Caura y el viajero alemán Frederich Gerstachke, quien destaca en su libro Viaje por Venezuela en el año 1868 la colonia alemana de Ciudad Bolívar y la humanística personalidad del gobernan­te Juan Bautista Dalla Costa.
Pero de todos ellos el más relevante sin duda y el que dio un aporte substancial al conocimiento científico en los más diversos órdenes, fue Alejandro Humboldt, a quien junto con Lóefling menciona el Correo del Orinoco en el editorial de su primer número: "Como la empresa de este papel no ha sido premeditada, y estamos en un país en que no se han visto más libros que los que traían los Españoles para dar a los pueblos leccio­nes de barbarie, o momentáneamente los de algún viajero, como Lóefling y Humboldt, no podemos darle desde el principio todo el interés, de que es susceptible una Gazeta cuya sola existencia en el centro de las inmen­sas soledades del Orinoco es ya un hecho señalado en la historia del talento humano, y más cuando en estos mismos desiertos se pelea contra el monopolio y contra el despotismo por la libertad del Comercio univer­sal y por los derechos del Mundo".
En París, a su regreso del Nuevo Mundo, Humboldt conoció a Bolívar y éste le confió su anhelo de libertar a su patria del dominio español, pero el sabio alemán se manifestó muy escéptico. "Jamás le creí a Bolívar -cuenta el propio Humboldt- el llamado a ser jefe de la cruzada america­na. Como acababa yo de visitar las colonias españolas y había palpado el estado político de muchas de ellas, podía juzgar con más exactitud que Bolívar, que no conocía sino Venezuela. Confieso que me equivoqué, cuando lo juzgué como un hombre pueril, incapaz de empresa tan fecun­da como la que luego supo llevar a glorioso término. Mi compañero Bompland fue más sagaz que yo, pues desde muy al principio juzgó favo­rablemente a Bolívar y aún le estimulaba delante de mí. Recuerdo que una mañana me escribió diciéndome que Bolívar le había comunicado los proyectos que le animaban, respecto a la independencia de Venezuela y que no sería extraño que lo llevara adelante, pues tenía de su joven amigo la opinión más favorable. Me pareció entonces que Bompland también deliraba. El delirante no era él, sino yo, que muy tarde vine a comprender mi error". Efectivamente, Humboldt estaba en un error de incredulidad el cual rectificó después que Bolívar desde Guayana llevó los pendones de la emancipación hasta el Perú. Porque la provincia de Guayana que hasta 1817 estuvo en poder de España, se convirtió necesariamente en asiento de los Poderes Supremos de la República. En ella, el segundo Congreso de Venezuela o Congreso de Angostura, proclamó la independencia De la Gran Colombia y fundó   el hebdoma­dario que desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822, sirvió a la causa de la Independencia "desde las inmensas soledades del Orinoco".
Guayana, como lo decía Miguel Marmión, constituía "la llave de las co­municaciones entre las provincias de Cumaná, Casanare, Nueva Granada y el litoral atlántico". Una verdad que se hizo patente en la tercera y última fase de la guerra de independencia. Esta condición estratégica permitió al Libertador sostener la guerra hasta la victoria final. Además, Guayana le resultaba buena para ofender y ser defendida, aparte de re­unir los recursos necesarios para alimentar y dotar a los ejércitos. Justa­mente, cuando el Congreso de la República de 1846 decretó la sustitu­ción del nombre de Angostura por el de la Ciudad Bolívar, consideraba que Guayana tiene motivos muy particulares para llevar el nombre au­gusto de Bolívar, porque fue la sagrada cuna de la Independencia y el asilo de los patriotas errantes en países extranjeros, y porque allí princi­pió la época más gloriosa de Bolívar, y de allí sacó los recursos para liberar a la Nueva Granada y el resto de Venezuela.
El gran enemigo interno de la provincia de Guayana desde los tiempos de El Dorado hasta los años que corren, han sido las enfermedades de la selva. Enfermedades que se mantienen en ciclo selvático y cuando el hombre ingresa a esos lugares se convierte en eslabón de esos ciclos y éstas dejan de ser zoonosis para transformarse en antroponosis la esquistosomiasis, está ocurriendo con la oncocercosis que deja ciegos a nuestros indios y podría ocurrir con otros males.
De allí que desde el siglo XIX haya habido preocupación en Guayana por investigar y combatir estos males a través de individualidades de la ciencia de la salud como la Escuela de Medicina, creada en la ciudad, por el Dr. Ramón Isidro Montes siendo Rector (1850-1854) del Colegio Nacional de Primera Categoría, el cual fue transformado en Universi­dad en 1898. La actual Escuela de Medicina de la Universidad de Orien­te, heredera de aquella, a través de su Departamento de Parasitología y Microbiología se desvive por estudiar e investigar a fondo los males de la selva que entran a los conglomerados humanos de la ciudad.
La Fiebre Amarilla hizo estragos en Guayana hasta que apareció la va­cuna preparada con hígado de monos enfermos, gracias al esfuerzo cien­tífico de los doctores Stokes y Naguchi, quienes murieron a causa del mal en África Occidental.

En 1838, estuvo en Guayana y Maturín estudiando la fiebre amarilla el médico Luis Daniel Beaperthuy, descubridor del aedes aegypti, agente transmisor. Beaperthuy, quien se casó y radicó en Cumaná, estuvo en Guayana, siendo viajero naturalista del Museo de Historia de París (1838­1841). La Fiebre Amarilla o Vómito Negro, como le decían en Las Antillas, se registró en Guayana con fuerza epidémica entre 1926 y 1932. De entonces es el libro Geografía del Yuruari, del upatense doctor Eduardo Oxford egresado de la antigua Universidad de Guayana y uno de los más exitosos combatientes de la Malaria y la Fiebre Amarilla en la región yuruarense, penetrada por buscadores de oro, piedras preciosas y explo­radores de subproductos de la selva como el balatá, el pendare y el caucho.

jueves, 26 de abril de 2018

IV-La Explotación del Oro



Minerven
Explotación del 
Diamante

La existencia de oro en el Yuruari, la intuyeron los conquistadores, los afanados doradistas, pero jamás pudieron localizarlo. Tampoco los mi­sioneros establecidos en las inmediaciones desde el siglo dieciocho die­ron cuenta de su existencia, pero era una verdad palpable en las manos de los indios, confirmada más tarde por las noticias que desde el cantón de Upata llegaban a la Angostura del Orinoco.
Una hoja impresa en el taller tipográfico de Pedro Cristiano Vicentini el 2 de mayo de 1850, informa de la presencia del mineral dorado en las costas Yuruari.
"No es una fábula o una ficción -dice la hoja-, de la existencia de una Nueva California en esta provincia. Las recientes noticias que se han recibido en estos días del cantón de Upata, acaban por fin de confirmar el descubrimiento de una opulenta mina de oro en el Yuruari, cerca del pueblo de Tupuquén.
Tupuquén, situado sobre una meseta que se extiende hasta la orilla occi­dental del Yuruari señoréase sobre sabanas ricas en pastos con muchos rebaños. A menos de un kilómetro, atravesando el Yuruari está "la opu­lenta mina de oro". Es la mina de Caratal, nombre asociado a la Carata, una palmera de prodigiosa sombra en los techos de las churuatas. A este Caratal donde el oro brota en grano mezclado con greda y piedra de los barrancos aluvionales, los mineros o buscadores de fortuna preferían llamarlo "Nueva Providencia". El cognomento ha debido ocurrírsele a Pedro Monasterios, quien mayor importancia le dio a la mina y difundió la noticia aunque ya antes, en 1842, el brasilero Pedro Joaquín Ayres había hecho exploraciones con resultados satisfactorios en el llamado "Barranco de los Frailes" tenido como el primer venero de oro descu­bierto en Guayana y el cual marcó la ruta hacia el fabuloso filón de El Callao.
Pedro Monasterios Soto, llamó poderosamente la atención sobre las ri­cas minas de Caratal, viene siendo el bisabuelo de Rafael Monasterios, pintor venezolano a quién el 24 de noviembre de 1989 la Galería de Arte Nacional y el Museo de Barquisimeto celebraron los cien años de su natalicio con una exposición selectiva de sus obras.
Pedro Monasterios, antes de internarse en la selva del Yuruari, había estado en Angostura como edecán del general José Laurencio Silva y, posiblemente entonces, lo picó el prurito de El Dorado, pues tan pronto cesó la campaña libertadora que lo llevó hasta Guayaquil, regresó a Nueva Granada en 1830 donde adquirió conocimientos prácticos de mineralogía.
Luego se vino de su natal Caracas, pasó a Barquisimeto y finalmente se trasladó a Guayana por la vía de San Fernando de Apure. Como lo haría casi un siglo después, Lucas Fernández Peña hasta fundar y quedarse en Santa Elena de Uairén. Monasterios buscaba oro y lo encontró abundan­temente en Caratal. A pesar de que dos peones que descubrió lo engaña­ban tragándose las pepitas, logró obtener en sólo un mes más de cincuen­ta onzas de oro en polvo y granos que parecían lentejas.
Monasterios exhibió su producción a los vecinos del cantón de Upata, desde donde se difundió la noticia a todos los rincones. Pero no quiso volver porque pasó mucha hambre y los peones lo engañaban. Regresó a Barquisimeto emocionado por su hazaña, porque más que una aventu­ra, resultaba una hazaña, entonces internarse en la selva y emocionado también de haber convencido a los guyaneses de la existencia de ricas minas auríferas en el Sur, que llevan siglo y medio explotándose y cada vez en cantidades superiores.
El médico francés Luis Plassard, graduado en la Universidad de Lyon en 1836, prestaba servicios en la Colonia Tovar en 1847, cuando decidió radicarse en Angostura atraído por las posibilidades que le ofrecía la región para satisfacer no sólo su carrera de médico, sino otras inquietu­des. Tan pronto llegó se casó con la guayanesa Luisa Benvenuto, pero no tuvo hijos. Dictó un curso de cirugía y medicina en el Colegio Fede­ral de Varones y se interesó por la cultura de los indios al igual que por los yacimientos auríferos de Caratal que exploró autorizado por la Go­bernación a cargo de José Tomás Machado, para verificar las noticias según las cuales se estaba ante una "Nueva California" que pudiera darle un vuelco a la economía de la región. Pero al perecer, por unas declara­ciones del Juez de la parroquia de Tupuquén, Andrés Hernández Mora­les, el informe de Plassard al Gobierno no daba mucha esperanza.
El Juez de Paz Andrés Hernández Morales, de la Parroquia Tupuquén de la cual dependía Caratal, quien había levantado un informe para el jefe político del cantón de Upata sobre los descubrimientos auríferos en Caratal o Nueva Providencia, fue desmentido públicamente y ridiculizado por el doctor I,uis Plassard, quien con anterioridad había sido comisionado por la Gobernación para explorar la geología del Yuruary.
Sin embargo, el Juez de Paz presentó una serie de cartas que daban tes­timonio de la existencia de oro, como de su profusión y calidad, no obs­tante, los métodos rudimentarios que se utilizaban para la extracción. Presentó cartas de Vicente León, que dijo haber hallado un pedazo de oro que pesaba 46 onzas; de Lino Acuña, quien encontró una barreta de oro de 5 pulgadas de largo y 2 y media de grueso que pesaba 24 onzas; de los hermanos Silva, quienes obtuvieron granos de oro de 32 onzas; de Francisco Mendoza, quien durante cinco semanas de trabajo extrajo 80 onzas de oro de un barranco; de Concepción Campos, quien durante el lapso de ocho días de trabajo logro 5 libras de oro; de Manuel Antonio Zumeta, quien desde enero a septiembre obtuvo 17 y media libras de oro. Todo este precioso hallazgo aurífero ocurrió en 1857.
Francisco Rojas y Michelena, comisionado por el Gobierno Nacional para hacer una exploración oficial del Orinoco, Casiquiare, Río Negro y Amazonas, se hallaba en Ciudad Bolívar en 1857 y recibió instrucciones de levantar un Informe sobre los supuestos ricos yacimientos auríferos de Caratal.
A bordo de un bongo y a favor de la corriente salió de la ciudad el 16 de septiembre de ese año con destino a Puerto Tablas para desde allí prose­guir por tierra y sobre lomo de mula hasta Caratal. El Trayecto navega­ble lo cubrió en 15 horas. Puerto de Tablas, en la embocadura del Caroní, frente a la isla Fajardo, era punto alterno obligado para quienes viajan al interior. Por este atracadero se embarcaba el ganado, los frutos y se practicaba el contrabando. Había una buena posada y San Félix un poco distante del puerto, era prácticamente, un pueblo en ruinas a decir de Rojas y Michelena. Aquí se tomaban en alquiler las mulas al precio de 8 pesos cada una y al paso de dos días hasta el Cantón de Upata y de aquí, al precio de dos pesos más y a paso de tres días, hasta Tupuquén.
Caratal era para el año 1857 unos cuantos ranchos entre árboles. El oro se explotaba en barrancos en el propio lugar y se lavaba en la quebrada descendente del Salto Macupia. La forma de explotar el oro era bastante rudimentaria. La batea el instrumento principal y la greda, se desmenuza­ba con las manos. Era realmente un trabajo heroico y sacrificado. Sin duda que había mucho oro en el lugar y las evidencias eran muy tangi­bles.
Y así, como había escondido en las entrañas de la tierra casi inalcanzable con esa técnica tan primitiva de los años 1850, había en Tupuquén bos­ques de plantas preciosas y de gran utilidad en farmacia como la quina, la vainilla, la carapa, la copaiba, el popey, la hipecacuana, el cáustico bolombago que suple a la cantárida y la cruceta real.
La población de Caratal crecía a medida que se difundía la noticia de la riqueza. Había venezolanos de varias provincias mezclados con antillanos­. Para ese momento se contaba 32 negros trinitarios, 3 ingleses, 3 franceses de las Antillas y 6 de Demerara.
El informe de Michelena y Rojas fue muy favorable. Daba cuenta de lo cierto de los yacimientos y de sus ventajas para la economía. Sólo observaba como contrario las fiebres terciarias, la falta de autoridad y lo primitivo de la técnica de explotación. Importantemente curioso resultaba para él cómo el río Caroní divide "perfectamente esta parte de Guayana dos terrenos geológicamente distintos: la parte oriental, aurífera; y, la occidental, ferruginosa y notablemente volcánica, en donde encontré, a una cuarta de legua del camino que conduce de Araciama, masas enormes de hierro, ya en estado puro, ya vulcanizadas en formas de lava".
Tres años después, en 1860, Florentino Grillet, quien había sido Presi­dente del Estado (1841-1842), fundó la "Compañía del Yuruari" con un capital de 50 mil pesos para explotar una mina llamada Cicapara, en la Costa del Yuruari que luego se extendió hasta Caratal. A partir de allí un sinnúmero de empresas se legalizaron para explotar los ricos yacimien­tos, por lo que en 1875 la Asamblea Legislativa se vio impelida a legislar sobre la materia dictando un Código Minero, más para estimular la ex­plotación y cobrar el impuesto que para ejercer un control de regulación estricto.
Para 1857, todavía no existía El Callao, como pueblo propiamente, sino Tupuquén o San Félix de Tupuquén como lo llamaron desde 1770 los misioneros capuchinos establecidos allí. El 16 de noviembre de 1860 la Legislatura le cambió el nombre por Nueva Providencia. Sobre el ori­gen del nombre El Callao hay varias versiones: una según la cual el pueblo perdurable se levantó sobre un terreno de canto ro­dado, otra que la asocia con un minero que egoístamente "callao" ex­traía oro del lugar hasta que lo descubrieron y una tercera que se vincula con El Callao peruano fundado en 1537, asaltado por el pirata Drake en 1578 para apoderarse de sus tesoros y bombardeado en 1866 por la es­cuadra española, precisamente cuando la región del Yuruari era cañoneada por la usura y los buscadores de fortuna desde todas partes de Venezuela y el extranjero.
El Callao ha predominado hasta nuestros días la compañía minera más importante del siglo pasado (6 de febrero de 1878) se llama Compañía Minera El Callao fundada por la firma Juan Bautista Dalla Costa e hijos y presidida por don Antonio Liccioni bajo cuya presidencia llegó a con­vertirse en la más rica del mundo. En 1855 produjo 8 millones 195 mil 500 gramos de oro. Su actividad se extendió hasta 1897 cuando se de­claró en quiebra.
La Compañía minera de El Callao, llegó a embarcar por los animados puertos de Ciudad Bolívar hacia el exterior, un promedio de 8 mil onzas de oro mensual, siendo los meses de agosto y diciembre los de mayor auge (11 mil onzas). En abril y mayo de 1878 debido al atraco al "Co­rreo del Oro" en el que murió su conductor el norteamericano Frank Bush, la exportación cayó asombrosamente a menos de la mitad.
Para la época no se conocía el Bolívar. Nuestro signo monetario era el Venezolano; el Franco y la Libra esterlina, las divisas extranjeras con las cuales se comerciaba el oro. No se conocía otro tipo de transporte que el fluvial, a través de barcos de vela o de vapor; y el terrestre, utili­zando burros, caballos, mulos y carromatos tirados por yuntas de bue­yes, de manera que la producción aurífera proveniente del filón de El Callao y otras minas satélites se transportaba a Ciudad Bolívar en barras y a lomo de mulas.
El asalto al Correo del Oro se produjo el 6 de abril de 1878 en Rancho Tejas, sobre un camino de recuas entre Upata y Guasipati. La remesa fue recuperada, capturados y muertos los asaltantes.
Treinta y nueve años después se repitió, cuando Tomás Antonio Bello y Feliciano Muñoz transportaban varias barras para Casas Blohm y Casalta. El asalto lo perpetró individualmente Osmundio Pastor Ortega, quien dio muerte a Bello y a Muñoz con un rifle cruzando a nado el río Caura. Fue capturado y sentenciado a sufrir veinte años en la prisión de Puerto Cabello.
Actualmente, las minas de El Callao figuran como reservas nacionales y son explotadas por Venorca que es una empresa filial de Ferrominera Orinoco y CVG-Minerven cuya planta procesa 700 toneladas de mate­rial aurífero por día. Minerven es una empresa del Estado Venezolano administrada por la CVG, y su función es producir oro de manera efi­ciente para comercializarlo rentablemente, además de promover el desa­rrollo de la minería aurífera.
Fue constituida como empresa mixta en 1970 y nacionalizada en 1974. Dispone de doce concesiones de 500 hectáreas cada una, en lo que se conoce como el distrito aurífero de El Callao. La empresa inició sus operaciones en 1981, cuando la mina se encontra­ba todavía en una etapa de desarrollo incipiente de sus frentes de explo­tación y con una situación financiera crítica. Luego de cuatro años de precaria producción, a finales de 1987, se situó sobre los 1.300 kilogra­mos de oro mensual producto de una organización total de la empresa y de los grandes esfuerzos realizados en geología, mantenimiento, admi­nistración y comercialización. En 1992 obtuvo una ganancia superior al millar de millones de bolívares.
Explotación del diamante
Hubo un tiempo, los años setenta, en que la explotación del diamante en Guayana tuvo mayor auge y relevancia que el oro. Sin embargo, jamás hemos producido tanto diamante como el Congo, Chana, Sudáfrica, Liberia o Tanganika, pero si lo suficiente para una modesta industria que no tenemos, pues la extracción de esta piedra preciosa desde 1913, que comenzó la explotación de los depósitos de aluvión adyacentes a los cursos de los ríos de la Gran Sabana, jamás ha cesado y si llegan a ex­plotar las rocas madres o kimberlitas no sería aventurado afirmar que Guayana se colocaría entonces a nivel de los grandes productores.
Los primeros diamantes hallados en Guayana datan de 1913 y a partir de entonces no ha parado la actividad extractiva, con un promedio de 4.807 quilates hasta 1939. En 1940 la producción fue de 14.525 y se mantuvo en descenso hasta 1974 que se situó en 1.248.979 quilates métricos, la más elevada hasta entonces seguida de la registrada en 1975 que fue de 1.055.331. Luego ha venido descendiendo, acentuadamente a partir de 1983 (278.916,90 quilates) cuando se produjo la devaluación del bolí­var y los buscadores de diamantes desviaron su fervorosa actividad ha­cia los yacimientos auríferos de aluvión, mientras que la actividad en las minas de El Callao se intensificó y puso a valer con una moderna tecnología y mayores inversiones por parte del Estado Venezolano.
El auge diamantífero durante los años setenta se debe a los placeres del río Guaniamo, los más importantes encontrados hasta ahora. Desde 1913 los mineros venían rastreando el diamante en los aluviones de la cuenca del Caroní y del Cuyuní por el lado suroriental, hasta 1971 que iniciaron la búsqueda por la región suroccidental con muy buena fortuna, en las cuencas del Cuchivero y el Caura. Pero el desideratum del minero es poder dar con la kimberlita, vale decir, con la roca madre del diamante.
El extinto profesor de Geología de la UDO, José Baptista Gomes, quién realizó estudios en tal sentido y comprobó, junto con el Dr. Darcey Pe­dro Svisero, de la Universidad de Indiana, que los diamantes del Guainiamo tienen el mismo origen de las gemas africanas, me informó en una opor­tunidad que Angola y el Congo Belga tardaron más de 40 años en descu­brir la roca madre trabajando e investigando de forma organizada. Rusia aprovechó la experiencia africana y tardó sólo 12 años en llegar hasta las kimberlitas para figurar en las estadísticas mundiales de grandes pro­ductores de la gema. El Dr. Erwin Arrieta, Ministro de Energía y Minas, anunció recientemente -5 de mayo- el hallazgo de kimberlitas en Guaya­na a través de un trabajo de prospección minera, lo cual le abre promisorias perspectivas a la explotación diamantífera. El problema es que no existe un Programa del Diamante.
En Venezuela llevamos tres cuartos de siglo sacando diamantes con palín y suruca de la manera más espontánea y aventurada. Jamás aquí se ha trabajado organizadamente sobre la base de un programa, ni se ha consi­derado este renglón minero como aspecto importante de la economía. A los guayaneses, en especial a geólogos y economistas, les resulta incon­cebible que se haya dejado pasar tanto tiempo sin haberse elaborado un Programa del Diamante.
A pesar del diamante extraído en el curso continuado de tres cuartos de siglo, todavía queda suficiente como para pensar seriamente en un Pro­grama y más ahora con el anuncio del Ministro Arrieta. Los diamantes que los mineros guayaneses explotaban en las cuencas de los ríos, quebradas y bolsones de los valles, llevados allí por las crecidas, se cree que vienen de la Formación Roraima cuya edad se calcula en 1.700 millones de años.
Mientras esta formación domine la topografía de la región, habrá pie­dras preciosas en los cauces de los ríos en forma más o menos esporádi­ca. Por otra parte, es conocida el área abarcada en épocas anteriores por la Formación Roraima, donde se cree tiene que haber mucho diamante. Tal concepto de geólogos de la escuela de Geología y Minas de la UDO ofrece una perspectiva favorable del futuro del diamante dentro del as­pecto económico.
A pesar de que el diamante se explota en Venezuela (Guayana desde 1913) no se conoce una estadística sistemática sino desde 1940 que mar­ca un primer período hasta 1945, en el cual el promedio de la producción se situó en 22.595 quilates por año. Desde 1946 a 1955, se observó un notable crecimiento a partir de 1961 hasta alcanzar en 1974 la máxima de 1.248.979 quilates. Esta cifra hasta ahora no ha podido ser superada, por el contrario, la tendencia a bajar ha sido acentuada, especialmente desde 1983 que se inició la progresiva devaluación de nuestro signo monetario con relación al dólar, desviando la atención del minero hacia la búsqueda del dorado, que es algo así como, extraer dólares del subsuelo.
La producción actual representa menos del uno por ciento de la produc­ción mundial, pero la óptima calidad del diamante venezolano (60 por ciento talla) lo hace muy apreciado.
Pero, ¿qué hacemos con nuestro diamante? El diamante nuestro sale en bruto hacia el mercado internacional por dos vías diferentes: la vía legal y la vía del contrabando, de manera que nunca las cifras oficiales repre­sentan la realidad de nuestra producción, una producción que si fuese toda tallada aquí constituiría un denso renglón de la economía nacional.
El Ministerio de Minas no tiene conocimiento exacto de la magnitud del contrabando de piedras preciosas, a través de las fronteras con Brasil y Colombia, y mediante avionetas que con visas de turismo vienen desde el Norte. Las estimaciones de conocedores del negocio son situadas en un 30 por ciento con respecto a la producción controlada.
Lo intrincado de la selva y la soledad reinante en la inmensa región de Guayana son factores propicios para el tráfico clandestino de mineros provenientes del Brasil, Colombia y Guyana, que trabajan sin control, en la mayoría de los casos, llevándose ilegalmente a sus países piedras preciosas de gran tamaño y óptimo rendimiento.
No obstante, el valor que le agrega la talla al diamante, en Venezuela, con 75 años de explotación, no existe una industria del diamante. Israel, sin embargo, con una población inferior a la de nuestro país y en cuyo suelo no existen yacimientos diamantíferos, tiene una auténtica indus­tria conformada por más de diez mil talladores. De acuerdo con recortes de prensa de nuestro archivo, Israel importó en 1960 aproximadamente un millón y medio de quilates de diamantes, evaluados en 51 millones de dólares y exportó 618 mil quilates por el valor de 61 millones de dólares.
Tenemos información de que en Venezuela sólo operan unos ocho o diez establecimientos donde se talla el diamante, número insuficiente para absorber la producción, y de allí, que el 95 por ciento de la misma vaya a parar en bruto a los mercados internacionales.
Preocupada por esta realidad, la Universidad de Oriente, por iniciativa del extinto José Baptista Gomes, creó el 3 de noviembre de 1976 el Taller Escuela de Talla de Diamantes que tiene por objeto formar per­sonal, técnicamente capacitado, para trabajar el diamante bruto que se extrae de las minas. La UDO adquiere un promedio anual de 200 mil bolívares en diamantes para labores de entrenamiento en clases, los cua­les ya convertidos en brillantes quedan como patrimonio de la UDO. En la actualidad, la Universidad tiene acumulados y dispuestos para la ven­ta 3.640 brillantes (961,70 quilates) que reposan en bóveda del Banco Unión (Banesco) de Ciudad Bolívar y los cuales han sido tasados en más de un
millón de dólares.
En Guayana existen determinadas, cuatro zonas diamantíferas: la Cuen­ca del Cuchivero y del Caura, la Cuenca del Caroní, la Cuenca del Cuyuní y la Cuenca del Ventuari y Alto Orinoco. En todas el Estado ha otorga­do concesiones y ha estimulado cooperativas, pero entre todas las minas sigue siendo la del Guainiamo, al Sur de Caicara del Orinoco, la más importante y donde surgieron pueblos mineros de nombres pintorescos: Los Bigotes del Gobernador (Garrido), El Milagro, La Bicicleta, La Cuaima, Tres Choques, el Resbalón del Diablo, La Salvación, El Canda­do, Candelita, Empeluzcado, Caracolito, El Danto, La Culebra, Sebanon y Las Pavas, entre otras.
Pero el Guainiamo como muchas otras minas famosas del pasado está en decadencia. Botó mucho diamante, miles de quilates, millones de bolívares y la gente se pregunta cuánto le quedó a los centenares de mineros que pasaron por allí, cuánto al Estado, de esa inmensa riqueza extraída del subsuelo. Muy poco tal vez, confirmando lo que siempre se ha criticado: que el minero, especialmente el buscador de diamantes es un explotado. Un hombre que se juega la vida desafiando la hostilidad de la selva, trabajando sin cesar de sol a sol, desgarrando la tierra hasta sus más profundas capas para encontrar la piedra preciosa que deslum­bra con sus facetas de líneas luminosas.

A veces tiene suerte, otras pierde su trabajo y el crédito. Vuelve a insistir en el punto donde sospecha que hay diamantes hasta conseguir recom­pensa y sus esfuerzos. Pero el minero es un ser que de pronto pierde el sentido de la realidad, deja volteada la tierra, se va al poblado, vende la piedra encontrada, paga a quien le debe y luego pierde la razón entre copas y mujeres, cuando no en el juego o en las trampas que suele tenderle esa abigarrada gama de aprovechadores que vuelan cuando trasciende la explosión de una bomba o la alargada de una bulla.

domingo, 15 de abril de 2018

V Río Caroní

Del Marcela al Caroni 
La Primera Presa 
Cuando Diego de Ordaz, penetró las bocas del Caroní hasta toparse con­tra una muralla de ruidosas torrenteras, al igual que le ocurriese más tarde al segoviano Antonio de Berrío y al anglicano Walter Raleigh, imaginó aquello como una especie de dragón custodiando o impidiendo el acceso a los tesoros de la tierra y de cierto que sobre el lecho profundo del río atormentado por el ingente peso de su riqueza, corría el polvo de El Dorado hermanado con la piedra preciosa en tanto que el color de sus aguas anunciaba la presencia del hierro por algún lado.
Irremisiblemente, el río era innavegable de manera continua e ininte­rrumpida y no pudiendo remontarlo a lo largo de sus 925 kilómetros de longitud, se desviaron por El Paragua, su afluente principal, pero el cli­ma, la hostilidad aborigen y la zoonosis propia de la selva conspiraban contra el conquistador y jamás pudieron ver sino en muy aisladas y con­tadas muestras el ansiado tesoro asociado con las mitológicas hespéri­des.
Hubo de transcurrir casi cuatro centurias para que apareciera la riqueza que ellos intuían en la reconditez de aquellas aguas avinadas que se champañizaban en la abruptuosidad de las rocas. El Caroní se presenta hoy desnudo, y de cuerpo entero, ante la voluptuosidad del hombre con­temporáneo que le exprime la savia de su poder y lo irriga sobre las carencias de otros territorios.
El conquistador contemporáneo, con su ciencia y tecnología de posibili­dades cada vez más sorprendente, ha levantado el velo que impedía ver y aprovechar la inmensa riqueza que el río le ofrece a la Venezuela de hoy.
Aparte del oro y del diamante que se extrae tanto de él como de sus numerosos tributarios, generosamente rendidos ante la voluptuosidad epicúrea del habitante actual, mantiene iluminada a toda Venezuela y en cada tendido de la interconexión hay fuerza suficiente para mover la vida social, económica e industrial de la Venezuela que desde mediados de este siglo aparece suscribiendo un pacto irrescindible con el porvenir.
El Caroní es una de las siete estrellas del Orinoco alumbrado desde la Sierra Pacaraima. Ahí, nace como haz de luz para ser reforzado con el Yuruani, hasta recibir el Aponguao, pocos kilómetros adelante del sitio de Apoipó, desde donde se dice que adopta definitivamente el nombre de Caroní.
Arauriquén, Turica, Acapara, Urimán, Cucurital, Carrao, Antabare, Yama, Peluca, Chiquare, Urape, Guri y otros caen por la derecha; mien­tras que, por la izquierda le llegan Cauru, Apreme, Mapirima, Verde, Iverepun, Aratal, Parupa, Paragua, Pao, Santa Bárbara, Río Claro. Pero su afluente de verdadera importancia es El Paragua que nace para un recorrido superior, en la divisoria de las vertientes del Orinoco y el Amazonas.
El Caroní, desde que nace hasta que concluye con el Orinoco, acusa un desnivel abruptamente escalonado por raudales y cascadas que obstacu­lizan la navegación, pero que a cambio elevan la potencialidad de su fuerza a magnitudes que las más avanzadas tecnologías convierten en ingentes caudales de energía industrial. Ningún otro río de Guayana tie­ne tantos raudales y saltos, ni tantas islas rocosas.
La extensión de la cuenca del Caroní ha sido calculada en 96.000 Km2. De éstos, aproximadamente, 20.000 tienen una altitud mayor de 500 msnm; unos 50.000 está entre 500 y 1.000 msnm; otros 20.000 tienen entre 1.000 y 1.500 msnm y en los 6.000 Km2 del tramo superior, con un área hidrográfica muy vasta, la altitud supera los 2.000 msnm.
En su recorrido el Caroní drena pues un área de 96.000 kilómetros cua­drados y recibe los nombres de Alto Caroní, desde su nacimiento hasta la desembocadura del Paragua (San Pedro de las Bocas); y Bajo Caroní, seguidamente hasta encontrarse con el Orinoco. El Alto Caroní se ca­racteriza por pendientes pronunciadas, con numerosos rápidos y caídas, intrincada vegetación y extensas áreas con vegetación de sabana.
El Bajo Caroní con afluentes de poca importancia, es bastante angosto y más todavía en el famoso Cañón de Necuima. Desde la confluencia del río Paragua hasta el comienzo de este Cañón, el Caroní, fluye a través de amplios valles de bajas pendientes, pero a lo largo del referido Cañón, experimenta una variación de nivel de 55 metros en 17 kilómetros de recorrido, lo cual resultó ideal para la construcción de la gran Represa de Guri.
Aguas abajo del Cañón de Necuima y hasta su desembocadura en el Orinoco, el Caroní continúa con menor pendiente, siendo su desnivel de 60 metros en su recorrido de 100 kilómetros hasta los llamados "Saltos Inferiores" aprovechados por las represas de Macagua I y II. Además, se encuentran en este recorrido, los sitios de Tocoma y Caruachi donde CVG-Edelca, igualmente, proyecta sendas plantas hidroeléctricas para aprovechar al máximo el potencial de ese formidable río.
El desnivel total del Caroní entre la confluencia con el Paragua y la desembocadura del Orinoco es de 240 metros. El Bajo Caroní tiene una variación apreciable en sus caudales. Durante la temporada de aguas altas (de mayo a octubre) se ha registrado (1957) un caudal máximo de 17.000 metros cúbicos por segundo y, durante la de aguas bajas (1961) un mínimo de 260 metros cúbicos por segundo, aproximadamente.
Del Marcela al Caroní
No fueron muchos, apenas un puñado, quienes vislumbraron las grandes posibilidades del hijo mayor del Orinoco, el más rebelde, el más cerril y al que el novelesco Marcos Vargas jineteaba como potro salvaje lanzan­do un grito sobre "el bronco mugido del rápido".
Revisando periódicos viejos de la Ciudad Bolívar de comienzos del  siglo XX, me encontré con esta nota de El Luchador del 9 de junio de 1904: "Con verdadera satisfacción llevamos a conocimiento de nuestros lectores que en la mañana de hoy salió una comisión acompañada de los señores B. Tomassi, Dr. W. Monserratte Hermoso, Antonio García Ro­mero, Harold Jannins y otro sujeto inglés cuyo nombre ignoramos, para el "Salto Marcela" con el fin de estudiar y examinar la cascada que allí existe y si sus condiciones son necesarias para la implantación de la luz eléctrica".
Posiblemente, fue éste el primer intento de aprovechamiento del poten­cial hidroeléctrico de los ríos de Guayana, influenciados los líderes de la economía bolivarense seguramente por lo que estaba ocurriendo en Ca­racas, con relación al aprovechamiento hidroeléctrico del río Guaire por parte del ingeniero Ricardo Zuloaga.
Después del río Marcela en el que al final nada prosperó, los guayaneses se sintieron atraídos por las portentosas caídas de agua del Caroní, pero estaban muy distantes de la Capital, no obstante, allí muy próxima se veía el desmirriado y desolado Puerto de Tablas o San Félix, escala flu­vial obligada para los interesados en ahorrar camino hacia Upata y el rico territorio Federal del Yuruari.
Leonard Dalton (Los Dalton tuvieron mucho tiempo estableciendo su comercio en Ciudad Bolívar) lo confirma al hablar en su libro "Venezuela" editado en Londres en 1912, del potencial del Caroní y de lo que significaría si fuera aprovechado para el desarrollo de San Félix.
Su paisano John Bawman al verificarlo años después, se dirigió al dicta­dor Juan Vicente Gómez proponiéndole un contrato de aprovechamien­to de la fuerza hidroeléctrica de los Saltos del Caroní, que no sirvió sino para motivar a los Gobiernos sucesivos a interesarse directamente en un estudio más profundo, amplio e integral del Caroní, enderezado a deter­minar sus posibilidades en este renglón.
En ese estudio el Gobierno de Eleazar López Contreras en 1938 y luego el de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt (1945-1948) a través de la Corporación Venezolana de Fo­mento creada por la misma Junta en 1946 y entre cuyos objetivos estaba el de impulsar y realizar un programa de electrificación a escala nacio­nal. Fiel a ese objetivo, la CVF suscribió un convenio con la firma norteamericana de ingenieros consultores "Burns & Roe" para adelantar un plan en esa dirección.
Para planear la electrificación a nivel nacional e impulsar un programa en tal sentido, los consultores "Burns & Roe", suficientemente experi­mentados en la materia, pensaron en una alternativa menos contaminan­te, menos costosa, menos compleja que las soluciones por combustión de recursos agotables como el carbón, el petróleo y el gas natural. Pen­saron en los ríos, en la doma de los ríos con suficiente caudal y desnivel, y al final propusieron la conveniencia de aprovechar los impresionantes saltos inferiores del Caroní, a través de una central hidroeléctrica que tentativamente y de acuerdo con las necesidades de la Venezuela de entonces podría tener una capacidad de 150.000 kw.
Dada la importancia de los estudios y planes de la firma norteamerica­na, paralelos con los que por otro lado venía realizando desde 1951 el Instituto Venezolano del Hierro y del Acero con miras a la instalación de una Planta Siderúrgica utilizando los grandes yacimientos de hierro descubiertos en El Pao (1926) y Cerro Bolívar (1951), el Gobierno Na­cional creó dentro del Ministerio de Fomento, un rango de dirección, la Comisión de Estudios para la Electrificación del Caroní al tiempo que creaba también la "Oficina de Estudios Especiales de la Presidencia de la República" para centralizar los iniciados sobre la factibilidad de una Planta Siderúrgica.
La inminente explotación de las minas de hierro y el proyecto de la Planta Siderúrgica hicieron más urgente la necesidad de materializar los planes de la central hidroeléctrica en los bajos del Caroní, los cuales fueron tomando cuerpo con esta nueva Comisión de Estudios, cuya di­rección al ser constituida (1953) fue puesta en manos del entonces Ma­yor del ejército Rafael Alfonzo Ravard.
Con esta Comisión de Estudios integrada por los ingenieros Rafael de León (decano de la UCV), Rodolfo Tellería, Carlos Acosta Sierra, Ro­berto Alamo Blanco y Alberto Yánez G. comenzó en firme la electrificación del Caroní porque, es evidente, hasta la primera mitad del pre­sente siglo, todo había sido sondeos y estudios preliminares no sufi­cientes, pero en los cuales obviamente se apoyó la Comisión con la co­laboración de Cartografía Nacional y otros entes del Estado, para levan­tar los planos topográficos, profundizar la geología del terreno, ampliar en detalle la información sobre los saltos inferiores del Caroní y conti­nuar las mediciones hidrológicas que durante cinco años había acumu­lado la firma consultora.
A un año de haber la Comisión tomado posesión del Campamento de la "Burns & Roe" en Caroní (1955), se definió el primer anteproyecto de construcción de la central hidroeléctrica. Se escogió un paraje de im­presionante belleza que le servía de marco al Salto Macagua y al año siguiente se inició la construcción de la obra. La primera de sus seis unidades con capacidad total de 360 KW, entró en operación en 1959 y la última en 1961. Para entonces (Dic./1960) ya había sido creada por decreto presidencial la CVG, corporación a la cual le fueron traspasados los patrimonios y funciones correspondientes al Instituto Venezolano del Hierro y del Acero creado en 1958 y la Comisión de Estudios para la Electrificación del Caroní.
La creación de la Corporación Venezolana de Guayana y la absorción por ésta de las mencionadas Comisiones de Estudio que venían liderando los planes de desarrollo del Caroní, implicó también dentro de una ejemplar comunidad administrativa, la absorción de las capaci­dades técnicas experimentales, en este caso la de los pioneros encabeza­dos por Rafael Alfonzo Ravard, ya ascendido a general y a quien se jerarquizó con la presidencia de la CVG.
Dada la envergadura del proyecto, la CVG asumiendo la totalidad de las acciones, creó la empresa Electrificación del Caroní (EDELCA) para proseguir con el programa de aprovechamiento de la fuerza potencial del río y la administración del sistema eléctrico regional. El proyecto inmediato y el más ambicioso después de Macagua I fue Guri, a la par que las líneas de los sistemas de transmisión y el interconectado que va abarcando a la geografía nacional hasta más allá de la frontera. El tiem­po no se ha detenido y del 53 a esta parte, la obra de electrificación es una realidad consolidada que se prolonga en función del desarrollo.
Los hombres que lideraron la ingente obra de dominar al río para utili­zar su fuerza en la construcción de la Venezuela moderna, no sólo fue aquel puñado de cinco que formaron la Comisión de estudios creada en 1953, sino quienes integraron la primera directiva de EDELCA, vale decir, Néstor Pérez Laboff, Armando Vegas, Fernando Álvarez Manosalva, entre otros, todos ellos exhiben con orgullo el emblema de la oportunidad que le dio el estado venezolano para erigirse en pioneros del desarrollo hidroeléctrico del Caroní, un desarrollo que no se queda cautivo en el arco sur orinoquense sino que toca al país en toda su di­mensión. Ellos heredaron bajo el patrocinio indispensable del Estado y con un sentido profesional y técnico-científico más tangible, la visión de aquellos hombres de comienzo de siglo que veían en el desbocado Caroní y a la luz de lo que ocurría en otras partes del mundo, la posibi­lidad de convertir su fuerza hidráulica en energía más abundante y me­nos costosa que la producida con la electromecánica a base de los deri­vados del petróleo.
En la ocasión del vigésimo quinto aniversario de Edelca, la CVG em­presa matriz, colocó en las instalaciones de Macagua esta inscripción "CVG-EDELCA. En su XXV Aniversario. A Rafael Alfonzo Ravard y al grupo de pioneros quienes con su visión, estrategia y esfuerzo conci­bieron y dieron vida al programa de desarrollo del Río Caroní. Macagua, 23 de julio de 1988". El Ministro-presidente de la CVG, Leopoldo Sucre Figarella, al develar la placa, destacó el esfuerzo, trayectoria, mística y consagración al trabajo de estos hombres, sin olvidar que tras ellos y de quienes los ayudaron a despejar el camino, se halla una clara decisión política tomada por los que gobernaban al país en 1947, destacando, claro está la figura de Rómulo Betancourt, quien siempre se mantuvo firme en la defensa de la hidroelectricidad, como una manera de prote­ger al mismo tiempo las reservas del petróleo.
Es importante relevar la visión futurista de estos hombres públicos de la nación al tomar en el momento histórico preciso, la decisión de impul­sar los programas de generación hidroeléctrica de un país de abundante petróleo. Parecía contradictorio emprender la costosa empresa de pro­ducir millones de KW de energía hidroeléctrica soslayando nuestra prin­cipal materia prima energética, los hidrocarburos y, utilizando en cam­bio sus divisas para el proyecto. No obstante, en el fondo, era lo racio­nal y lo visionariamente acertado.
La Primera Presa.
Al mediodía del 21 de abril de 1959 una explosión estremeció el lecho rocoso del Bajo Caroní y la ataguía de 360 metros que desviaba las aguas se deshizo ante los ojos atónitos de veinticinco mil personas que presenciaban el espectáculo inaugural de la nueva Venezuela: la Vene­zuela de la energía hidroeléctrica.
Setenta y ocho toneladas de nitrato de amonio explotaron y 80 mil me­tros cúbicos de tierra cedieron ante la presión del agua permitiendo al Caroní sustituir un obstáculo artificioso y provisorio -la ataguía- por otro más estable, ciclópeo y permanente- la Presa-, pero por el cual podía continuar discurriendo el río, aunque a través de compuertas con­trolables y turbinas.
Aquella presa por gravedad, de concreto armado vaciado capa sobre capa desde el granítico lecho fluvial hasta una altura de 44 metros, con seis turbinas de reacción incrustadas, capaces de totalizar una fuerza hidro­eléctrica de 375 mil kilovatios, había sido construida en interrelación con la Planta Siderúrgica del Orinoco, para el aprovechamiento del poten­cial hidroeléctrico del Caroní.
No era la primera presa hidroeléctrica construida en Venezuela. En 1913 se había realizado la de Mamo para darle luz a Caracas y desde enton­ces se contaban unas doce en todo el país que totalizaban 28 mil kilova­tios. Pero la de Macagua venía a ser la primera de esa magnitud y capa‑
que tanto los ministros del gobierno de facto, Carlos Pérez de la Cova y Oscar Herrera Palacios, aclararon, el primero, que era propósito del Go­bierno "mantener bajo completo control del Estado al Instituto Venezo­lano de la Petroquímica", mientras el segundo consideraba que "tales medidas por el concepto mismo que tenemos de la organización demo­crática del Estado, sólo pueden ser adoptadas por un gobierno represen­tativo en ejercicio de la voluntad nacional".
El dos de octubre de ese año, el contraalmirante Wolfgang Larrazábal se conformó con visitar la Planta Siderúrgica del Orinoco y la Presa de Macagua, cuyas inauguraciones fueron referidas al Presidente constitu­cional entrante. Betancourt inauguró la Presa de Macagua el 21 de abril de 1959 poniendo a funcionar las primeras tres turbinas. La Presa quedó definitivamente concluida en 1961 al inaugurarse también la Planta Si­derúrgica con la producción de tubos sin costura y la producción de arrabio en los Hornos Eléctricos de Reducción.

Ese día el Concejo Municipal de Heres declaró día de júbilo por la inau­guración de la Presa. El Presidente de la República, Rómulo Betancourt, llegó al campamento el lunes, un día antes del acontecimiento y se trasla­do a Ciudad Bolívar para saludar a la guarnición en el Cuartel Tomás de Heres comandado por el Tcnel. Antonio Díaz Niño. En esa ocasión fue recibido por el Gobernador doctor Diego Heredia Hernández y demás autoridades regionales. Al Presidente se unieron al día siguiente para asistir al acto de inauguración de la Presa Macagua I, el Presidente del Congreso Nacional, doctor Raúl Leoni; el doctor Lorenzo Fernández, Ministro de Fomento y encargado del Ministerio de Minas e Hidrocar­buros por ausencia de su titular el doctor Pablo Pérez Alfonzo, quien se hallaba en El Cairo asistiendo a un evento petrolero; Tcnel. Rafael Al­fonso Ravard, Presidente de la CVF, Dr. José Antonio Mayobre, Minis­tro de Hacienda; Dr. Raúl Leoni, Presidente del Congreso Nacional; Dr. Jóvito Villalba y Dr. Rafael Caldera, máximos líderes de URD y Copei, entre otros.