Naturalistas
y Exploradores
Guayana
capital de la
Independencia
capital de la
Independencia
Los
Males de la Selva
La
presencia de los naturalistas Alejandro de Humboldt (Alemán), y Aimé Bompland (francés), marcan
en Guayana el inicio del Siglo XIX. Ellos por cuenta propia vinieron en cierto
modo a secundar la obra de Pedro Lóefling,
primer botánico que llega a Venezuela donde introduce el microscopio. Lóefling, integrante de la Expedición
de Límites y quién dentro de su labor universalmente científica, traía
la misión de explorar la existencia de
siembras naturales de especies, particularmente de canela, así como plantas medicinales como la quina, murió
prematuramente a la edad de 27 años en las Misiones del Caroní.
Humboldt, acompañado
de Bompland, entró al Orinoco por la vía de San Fernando el 5 de abril de 1800.
Visitó todos los poblados y misiones a la vera del río llegando hasta
San Carlos de Río de Negro. Estudió los grandes afluentes del Orinoco, así
como, las características singulares del Caño Casiquiare. En este recorrido
observó la fauna, la flora, la hidrografía, los hábitos indígenas, la
elaboración del curare, la antropología
cultural de las tribus orinoquenses. De La Esmeralda regresó, descendiendo
el Orinoco, hasta Angostura, donde permaneció durante un mes enfermo de malaria
al igual que Bompland y su ayudante el indio guaiquerí
Carlos Delpino, embarcado en las costas de la Isla de Coche, y quien
murió en Angostura.
Después de Humboldt y Bompland, vinieron a
Guayana otros naturalistas como Alfred Russell Wallace, uno de los más
notables de su época. Estuvo en 1851, y dos
años más tarde su homólogo y coterráneo británico Richard Spruce,
precursor de los estudios botánicos en la amazonia venezolana.
Wallace realizó
interesantes hallazgos en el campo de la zoogeografía y la biología evolutiva.
Coincidió con Charles Darwin en una teoría sobre el
origen de las especies por selección natural, mientras que Spruce (18171893), gran conocedor de la
flora indígena, realizó importantes hallazgos en musgos y hepáticas.
Luego de ellos aparecen
Henry A. Wickham, aventurado en el espacio de la selva tropical en busca de
riquezas naturales renovables como el caucho; Jules Cervaux, médico francés
atraído por las etnias y la atormentada geografía de la selva; Jean
Chaffanjón, autor del libro "El Orinoco y el Caura" y quien pretendió
haber descubierto las cabeceras del Orinoco; Enrique Stanko Vráz, naturalista
búlgaro-checo, quién obtuvo una importante colección de muestras de la
biología tropical orinoquense, estudió la
cultura de las comunidades indígenas con las cuales tuvo contacto. Y
además, de estos científicos y exploradores de la selva tropical orinoquense del siglo XIX no faltaron otros como
Eugene André, quien hizo expedición hasta el Caura y el viajero alemán
Frederich Gerstachke, quien destaca en su
libro Viaje por Venezuela en el año 1868 la colonia alemana de Ciudad Bolívar y
la humanística personalidad del gobernante Juan Bautista Dalla Costa.
Pero de todos ellos el más
relevante sin duda y el que dio un aporte substancial
al conocimiento científico en los más diversos órdenes, fue Alejandro Humboldt, a quien junto con Lóefling
menciona el Correo del Orinoco en el
editorial de su primer número: "Como la empresa de este papel no ha sido premeditada, y estamos en un país
en que no se han visto más libros que
los que traían los Españoles para dar a los pueblos lecciones de barbarie, o momentáneamente los de algún
viajero, como Lóefling y Humboldt, no
podemos darle desde el principio todo el interés, de que es susceptible una
Gazeta cuya sola existencia en el centro de las inmensas soledades del
Orinoco es ya un hecho señalado en la historia del talento humano, y más cuando en estos mismos desiertos se pelea contra
el monopolio y contra el despotismo por la libertad del Comercio universal
y por los derechos del Mundo".
En París, a su regreso
del Nuevo Mundo, Humboldt conoció a Bolívar y éste le
confió su anhelo de libertar a su patria del dominio español, pero el sabio alemán se manifestó
muy escéptico. "Jamás le creí a Bolívar -cuenta
el propio Humboldt- el llamado a ser jefe de la cruzada americana. Como
acababa yo de visitar las colonias españolas y había palpado el estado político de muchas de ellas, podía
juzgar con más exactitud que Bolívar, que no conocía sino Venezuela.
Confieso que me equivoqué, cuando lo juzgué
como un hombre pueril, incapaz de empresa tan fecunda como la que luego
supo llevar a glorioso término. Mi compañero Bompland
fue más sagaz que yo, pues desde muy al principio juzgó favorablemente
a Bolívar y aún le estimulaba delante de mí. Recuerdo que una mañana me escribió diciéndome que Bolívar le
había comunicado los proyectos que
le animaban, respecto a la independencia de Venezuela y que no sería extraño que lo llevara adelante, pues
tenía de su joven amigo la opinión más favorable. Me pareció entonces
que Bompland también deliraba. El delirante
no era él, sino yo, que muy tarde vine a comprender mi error".
Efectivamente, Humboldt estaba en un error de incredulidad el cual rectificó después que Bolívar desde
Guayana llevó los pendones de la emancipación hasta el Perú. Porque la
provincia de Guayana que hasta 1817 estuvo en poder de España, se convirtió
necesariamente en asiento de los Poderes Supremos de la República. En ella, el
segundo Congreso de Venezuela o Congreso de Angostura, proclamó la
independencia De la Gran Colombia y fundó el hebdomadario
que desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822, sirvió a la causa de la Independencia "desde
las inmensas soledades del Orinoco".
Guayana, como lo decía Miguel Marmión,
constituía "la llave de las comunicaciones entre
las provincias de Cumaná, Casanare, Nueva Granada y el litoral
atlántico". Una verdad que se hizo patente en la tercera y última fase de
la guerra de independencia. Esta condición estratégica permitió al Libertador sostener la guerra hasta la victoria final.
Además, Guayana le resultaba buena
para ofender y ser defendida, aparte de reunir los recursos necesarios para
alimentar y dotar a los ejércitos. Justamente, cuando el Congreso de la
República de 1846 decretó la sustitución
del nombre de Angostura por el de la Ciudad Bolívar, consideraba que
Guayana tiene motivos muy particulares para llevar el nombre augusto de
Bolívar, porque fue la sagrada cuna de la Independencia y el asilo de los patriotas errantes en países
extranjeros, y porque allí principió la época más gloriosa de Bolívar,
y de allí sacó los recursos para liberar a la Nueva Granada y el resto de
Venezuela.
El gran enemigo interno de la provincia de Guayana
desde los tiempos de El Dorado hasta los
años que corren, han sido las enfermedades de la selva. Enfermedades que
se mantienen en ciclo selvático y cuando el hombre ingresa a esos lugares se
convierte en eslabón de esos ciclos y éstas dejan de ser zoonosis para
transformarse en antroponosis la esquistosomiasis,
está ocurriendo con la oncocercosis que deja ciegos a nuestros indios y
podría ocurrir con otros males.
De allí que desde el siglo XIX haya habido
preocupación en Guayana por investigar y combatir estos males a través de
individualidades de la ciencia de la salud como la Escuela de Medicina, creada
en la ciudad, por el Dr. Ramón Isidro Montes
siendo Rector (1850-1854) del Colegio Nacional de Primera Categoría, el
cual fue transformado en Universidad en
1898. La actual Escuela de Medicina de la Universidad de Oriente,
heredera de aquella, a través de su Departamento de Parasitología y Microbiología se desvive por estudiar e
investigar a fondo los males de la selva que entran a los conglomerados
humanos de la ciudad.
La Fiebre Amarilla hizo estragos en Guayana hasta que
apareció la vacuna preparada con hígado de
monos enfermos, gracias al esfuerzo científico de los doctores Stokes y
Naguchi, quienes murieron a causa del mal en África Occidental.
En 1838, estuvo en Guayana y Maturín estudiando la
fiebre amarilla el médico Luis Daniel Beaperthuy, descubridor del aedes
aegypti, agente transmisor. Beaperthuy, quien se casó y radicó en Cumaná,
estuvo en Guayana, siendo viajero
naturalista del Museo de Historia de París (18381841). La Fiebre
Amarilla o Vómito Negro, como le decían en Las Antillas, se registró en Guayana con fuerza epidémica entre 1926 y 1932.
De entonces es el libro Geografía del
Yuruari, del upatense doctor Eduardo Oxford
egresado de la antigua Universidad de Guayana y uno de los más exitosos
combatientes de la Malaria y la Fiebre Amarilla en la región yuruarense,
penetrada por buscadores de oro, piedras preciosas y exploradores de
subproductos de la selva como el balatá, el pendare y el caucho.
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