lunes, 30 de abril de 2018

III-Presencia de Humboldt y Bompland



Naturalistas y Exploradores
Guayana
capital de la
Independencia
Los Males de la Selva

La presencia de los naturalistas Alejandro de Humboldt (Alemán), y Aimé Bompland (francés), marcan en Guayana el inicio del Siglo XIX. Ellos por cuenta propia vinieron en cierto modo a secundar la obra de Pedro Lóefling, primer botánico que llega a Venezuela donde introduce el mi­croscopio. Lóefling, integrante de la Expedición de Límites y quién den­tro de su labor universalmente científica, traía la misión de explorar la existencia de siembras naturales de especies, particularmente de canela, así como plantas medicinales como la quina, murió prematuramente a la edad de 27 años en las Misiones del Caroní.
Humboldt, acompañado de Bompland, entró al Orinoco por la vía de San Fernando el 5 de abril de 1800. Visitó todos los poblados y misiones a la vera del río llegando hasta San Carlos de Río de Negro. Estudió los grandes afluentes del Orinoco, así como, las características singulares del Caño Casiquiare. En este recorrido observó la fauna, la flora, la hidrografía, los hábitos indígenas, la elaboración del curare, la antropo­logía cultural de las tribus orinoquenses. De La Esmeralda regresó, des­cendiendo el Orinoco, hasta Angostura, donde permaneció durante un mes enfermo de malaria al igual que Bompland y su ayudante el indio guaiquerí Carlos Delpino, embarcado en las costas de la Isla de Coche, y quien murió en Angostura.
Después de Humboldt y Bompland, vinieron a Guayana otros naturalis­tas como Alfred Russell Wallace, uno de los más notables de su época. Estuvo en 1851, y dos años más tarde su homólogo y coterráneo británi­co Richard Spruce, precursor de los estudios botánicos en la amazonia venezolana.
Wallace realizó interesantes hallazgos en el campo de la zoogeografía y la biología evolutiva. Coincidió con Charles Darwin en una teoría sobre el origen de las especies por selección natural, mientras que Spruce (1817­1893), gran conocedor de la flora indígena, realizó importantes hallaz­gos en musgos y hepáticas.
Luego de ellos aparecen Henry A. Wickham, aventurado en el espacio de la selva tropical en busca de riquezas naturales renovables como el caucho; Jules Cervaux, médico francés atraído por las etnias y la ator­mentada geografía de la selva; Jean Chaffanjón, autor del libro "El Orinoco y el Caura" y quien pretendió haber descubierto las cabeceras del Orinoco; Enrique Stanko Vráz, naturalista búlgaro-checo, quién ob­tuvo una importante colección de muestras de la biología tropical orinoquense, estudió la cultura de las comunidades indígenas con las cuales tuvo contacto. Y además, de estos científicos y exploradores de la selva tropical orinoquense del siglo XIX no faltaron otros como Eugene André, quien hizo expedición hasta el Caura y el viajero alemán Frederich Gerstachke, quien destaca en su libro Viaje por Venezuela en el año 1868 la colonia alemana de Ciudad Bolívar y la humanística personalidad del gobernan­te Juan Bautista Dalla Costa.
Pero de todos ellos el más relevante sin duda y el que dio un aporte substancial al conocimiento científico en los más diversos órdenes, fue Alejandro Humboldt, a quien junto con Lóefling menciona el Correo del Orinoco en el editorial de su primer número: "Como la empresa de este papel no ha sido premeditada, y estamos en un país en que no se han visto más libros que los que traían los Españoles para dar a los pueblos leccio­nes de barbarie, o momentáneamente los de algún viajero, como Lóefling y Humboldt, no podemos darle desde el principio todo el interés, de que es susceptible una Gazeta cuya sola existencia en el centro de las inmen­sas soledades del Orinoco es ya un hecho señalado en la historia del talento humano, y más cuando en estos mismos desiertos se pelea contra el monopolio y contra el despotismo por la libertad del Comercio univer­sal y por los derechos del Mundo".
En París, a su regreso del Nuevo Mundo, Humboldt conoció a Bolívar y éste le confió su anhelo de libertar a su patria del dominio español, pero el sabio alemán se manifestó muy escéptico. "Jamás le creí a Bolívar -cuenta el propio Humboldt- el llamado a ser jefe de la cruzada america­na. Como acababa yo de visitar las colonias españolas y había palpado el estado político de muchas de ellas, podía juzgar con más exactitud que Bolívar, que no conocía sino Venezuela. Confieso que me equivoqué, cuando lo juzgué como un hombre pueril, incapaz de empresa tan fecun­da como la que luego supo llevar a glorioso término. Mi compañero Bompland fue más sagaz que yo, pues desde muy al principio juzgó favo­rablemente a Bolívar y aún le estimulaba delante de mí. Recuerdo que una mañana me escribió diciéndome que Bolívar le había comunicado los proyectos que le animaban, respecto a la independencia de Venezuela y que no sería extraño que lo llevara adelante, pues tenía de su joven amigo la opinión más favorable. Me pareció entonces que Bompland también deliraba. El delirante no era él, sino yo, que muy tarde vine a comprender mi error". Efectivamente, Humboldt estaba en un error de incredulidad el cual rectificó después que Bolívar desde Guayana llevó los pendones de la emancipación hasta el Perú. Porque la provincia de Guayana que hasta 1817 estuvo en poder de España, se convirtió necesariamente en asiento de los Poderes Supremos de la República. En ella, el segundo Congreso de Venezuela o Congreso de Angostura, proclamó la independencia De la Gran Colombia y fundó   el hebdoma­dario que desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822, sirvió a la causa de la Independencia "desde las inmensas soledades del Orinoco".
Guayana, como lo decía Miguel Marmión, constituía "la llave de las co­municaciones entre las provincias de Cumaná, Casanare, Nueva Granada y el litoral atlántico". Una verdad que se hizo patente en la tercera y última fase de la guerra de independencia. Esta condición estratégica permitió al Libertador sostener la guerra hasta la victoria final. Además, Guayana le resultaba buena para ofender y ser defendida, aparte de re­unir los recursos necesarios para alimentar y dotar a los ejércitos. Justa­mente, cuando el Congreso de la República de 1846 decretó la sustitu­ción del nombre de Angostura por el de la Ciudad Bolívar, consideraba que Guayana tiene motivos muy particulares para llevar el nombre au­gusto de Bolívar, porque fue la sagrada cuna de la Independencia y el asilo de los patriotas errantes en países extranjeros, y porque allí princi­pió la época más gloriosa de Bolívar, y de allí sacó los recursos para liberar a la Nueva Granada y el resto de Venezuela.
El gran enemigo interno de la provincia de Guayana desde los tiempos de El Dorado hasta los años que corren, han sido las enfermedades de la selva. Enfermedades que se mantienen en ciclo selvático y cuando el hombre ingresa a esos lugares se convierte en eslabón de esos ciclos y éstas dejan de ser zoonosis para transformarse en antroponosis la esquistosomiasis, está ocurriendo con la oncocercosis que deja ciegos a nuestros indios y podría ocurrir con otros males.
De allí que desde el siglo XIX haya habido preocupación en Guayana por investigar y combatir estos males a través de individualidades de la ciencia de la salud como la Escuela de Medicina, creada en la ciudad, por el Dr. Ramón Isidro Montes siendo Rector (1850-1854) del Colegio Nacional de Primera Categoría, el cual fue transformado en Universi­dad en 1898. La actual Escuela de Medicina de la Universidad de Orien­te, heredera de aquella, a través de su Departamento de Parasitología y Microbiología se desvive por estudiar e investigar a fondo los males de la selva que entran a los conglomerados humanos de la ciudad.
La Fiebre Amarilla hizo estragos en Guayana hasta que apareció la va­cuna preparada con hígado de monos enfermos, gracias al esfuerzo cien­tífico de los doctores Stokes y Naguchi, quienes murieron a causa del mal en África Occidental.

En 1838, estuvo en Guayana y Maturín estudiando la fiebre amarilla el médico Luis Daniel Beaperthuy, descubridor del aedes aegypti, agente transmisor. Beaperthuy, quien se casó y radicó en Cumaná, estuvo en Guayana, siendo viajero naturalista del Museo de Historia de París (1838­1841). La Fiebre Amarilla o Vómito Negro, como le decían en Las Antillas, se registró en Guayana con fuerza epidémica entre 1926 y 1932. De entonces es el libro Geografía del Yuruari, del upatense doctor Eduardo Oxford egresado de la antigua Universidad de Guayana y uno de los más exitosos combatientes de la Malaria y la Fiebre Amarilla en la región yuruarense, penetrada por buscadores de oro, piedras preciosas y explo­radores de subproductos de la selva como el balatá, el pendare y el caucho.

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