jueves, 26 de abril de 2018

IV-La Explotación del Oro



Minerven
Explotación del 
Diamante

La existencia de oro en el Yuruari, la intuyeron los conquistadores, los afanados doradistas, pero jamás pudieron localizarlo. Tampoco los mi­sioneros establecidos en las inmediaciones desde el siglo dieciocho die­ron cuenta de su existencia, pero era una verdad palpable en las manos de los indios, confirmada más tarde por las noticias que desde el cantón de Upata llegaban a la Angostura del Orinoco.
Una hoja impresa en el taller tipográfico de Pedro Cristiano Vicentini el 2 de mayo de 1850, informa de la presencia del mineral dorado en las costas Yuruari.
"No es una fábula o una ficción -dice la hoja-, de la existencia de una Nueva California en esta provincia. Las recientes noticias que se han recibido en estos días del cantón de Upata, acaban por fin de confirmar el descubrimiento de una opulenta mina de oro en el Yuruari, cerca del pueblo de Tupuquén.
Tupuquén, situado sobre una meseta que se extiende hasta la orilla occi­dental del Yuruari señoréase sobre sabanas ricas en pastos con muchos rebaños. A menos de un kilómetro, atravesando el Yuruari está "la opu­lenta mina de oro". Es la mina de Caratal, nombre asociado a la Carata, una palmera de prodigiosa sombra en los techos de las churuatas. A este Caratal donde el oro brota en grano mezclado con greda y piedra de los barrancos aluvionales, los mineros o buscadores de fortuna preferían llamarlo "Nueva Providencia". El cognomento ha debido ocurrírsele a Pedro Monasterios, quien mayor importancia le dio a la mina y difundió la noticia aunque ya antes, en 1842, el brasilero Pedro Joaquín Ayres había hecho exploraciones con resultados satisfactorios en el llamado "Barranco de los Frailes" tenido como el primer venero de oro descu­bierto en Guayana y el cual marcó la ruta hacia el fabuloso filón de El Callao.
Pedro Monasterios Soto, llamó poderosamente la atención sobre las ri­cas minas de Caratal, viene siendo el bisabuelo de Rafael Monasterios, pintor venezolano a quién el 24 de noviembre de 1989 la Galería de Arte Nacional y el Museo de Barquisimeto celebraron los cien años de su natalicio con una exposición selectiva de sus obras.
Pedro Monasterios, antes de internarse en la selva del Yuruari, había estado en Angostura como edecán del general José Laurencio Silva y, posiblemente entonces, lo picó el prurito de El Dorado, pues tan pronto cesó la campaña libertadora que lo llevó hasta Guayaquil, regresó a Nueva Granada en 1830 donde adquirió conocimientos prácticos de mineralogía.
Luego se vino de su natal Caracas, pasó a Barquisimeto y finalmente se trasladó a Guayana por la vía de San Fernando de Apure. Como lo haría casi un siglo después, Lucas Fernández Peña hasta fundar y quedarse en Santa Elena de Uairén. Monasterios buscaba oro y lo encontró abundan­temente en Caratal. A pesar de que dos peones que descubrió lo engaña­ban tragándose las pepitas, logró obtener en sólo un mes más de cincuen­ta onzas de oro en polvo y granos que parecían lentejas.
Monasterios exhibió su producción a los vecinos del cantón de Upata, desde donde se difundió la noticia a todos los rincones. Pero no quiso volver porque pasó mucha hambre y los peones lo engañaban. Regresó a Barquisimeto emocionado por su hazaña, porque más que una aventu­ra, resultaba una hazaña, entonces internarse en la selva y emocionado también de haber convencido a los guyaneses de la existencia de ricas minas auríferas en el Sur, que llevan siglo y medio explotándose y cada vez en cantidades superiores.
El médico francés Luis Plassard, graduado en la Universidad de Lyon en 1836, prestaba servicios en la Colonia Tovar en 1847, cuando decidió radicarse en Angostura atraído por las posibilidades que le ofrecía la región para satisfacer no sólo su carrera de médico, sino otras inquietu­des. Tan pronto llegó se casó con la guayanesa Luisa Benvenuto, pero no tuvo hijos. Dictó un curso de cirugía y medicina en el Colegio Fede­ral de Varones y se interesó por la cultura de los indios al igual que por los yacimientos auríferos de Caratal que exploró autorizado por la Go­bernación a cargo de José Tomás Machado, para verificar las noticias según las cuales se estaba ante una "Nueva California" que pudiera darle un vuelco a la economía de la región. Pero al perecer, por unas declara­ciones del Juez de la parroquia de Tupuquén, Andrés Hernández Mora­les, el informe de Plassard al Gobierno no daba mucha esperanza.
El Juez de Paz Andrés Hernández Morales, de la Parroquia Tupuquén de la cual dependía Caratal, quien había levantado un informe para el jefe político del cantón de Upata sobre los descubrimientos auríferos en Caratal o Nueva Providencia, fue desmentido públicamente y ridiculizado por el doctor I,uis Plassard, quien con anterioridad había sido comisionado por la Gobernación para explorar la geología del Yuruary.
Sin embargo, el Juez de Paz presentó una serie de cartas que daban tes­timonio de la existencia de oro, como de su profusión y calidad, no obs­tante, los métodos rudimentarios que se utilizaban para la extracción. Presentó cartas de Vicente León, que dijo haber hallado un pedazo de oro que pesaba 46 onzas; de Lino Acuña, quien encontró una barreta de oro de 5 pulgadas de largo y 2 y media de grueso que pesaba 24 onzas; de los hermanos Silva, quienes obtuvieron granos de oro de 32 onzas; de Francisco Mendoza, quien durante cinco semanas de trabajo extrajo 80 onzas de oro de un barranco; de Concepción Campos, quien durante el lapso de ocho días de trabajo logro 5 libras de oro; de Manuel Antonio Zumeta, quien desde enero a septiembre obtuvo 17 y media libras de oro. Todo este precioso hallazgo aurífero ocurrió en 1857.
Francisco Rojas y Michelena, comisionado por el Gobierno Nacional para hacer una exploración oficial del Orinoco, Casiquiare, Río Negro y Amazonas, se hallaba en Ciudad Bolívar en 1857 y recibió instrucciones de levantar un Informe sobre los supuestos ricos yacimientos auríferos de Caratal.
A bordo de un bongo y a favor de la corriente salió de la ciudad el 16 de septiembre de ese año con destino a Puerto Tablas para desde allí prose­guir por tierra y sobre lomo de mula hasta Caratal. El Trayecto navega­ble lo cubrió en 15 horas. Puerto de Tablas, en la embocadura del Caroní, frente a la isla Fajardo, era punto alterno obligado para quienes viajan al interior. Por este atracadero se embarcaba el ganado, los frutos y se practicaba el contrabando. Había una buena posada y San Félix un poco distante del puerto, era prácticamente, un pueblo en ruinas a decir de Rojas y Michelena. Aquí se tomaban en alquiler las mulas al precio de 8 pesos cada una y al paso de dos días hasta el Cantón de Upata y de aquí, al precio de dos pesos más y a paso de tres días, hasta Tupuquén.
Caratal era para el año 1857 unos cuantos ranchos entre árboles. El oro se explotaba en barrancos en el propio lugar y se lavaba en la quebrada descendente del Salto Macupia. La forma de explotar el oro era bastante rudimentaria. La batea el instrumento principal y la greda, se desmenuza­ba con las manos. Era realmente un trabajo heroico y sacrificado. Sin duda que había mucho oro en el lugar y las evidencias eran muy tangi­bles.
Y así, como había escondido en las entrañas de la tierra casi inalcanzable con esa técnica tan primitiva de los años 1850, había en Tupuquén bos­ques de plantas preciosas y de gran utilidad en farmacia como la quina, la vainilla, la carapa, la copaiba, el popey, la hipecacuana, el cáustico bolombago que suple a la cantárida y la cruceta real.
La población de Caratal crecía a medida que se difundía la noticia de la riqueza. Había venezolanos de varias provincias mezclados con antillanos­. Para ese momento se contaba 32 negros trinitarios, 3 ingleses, 3 franceses de las Antillas y 6 de Demerara.
El informe de Michelena y Rojas fue muy favorable. Daba cuenta de lo cierto de los yacimientos y de sus ventajas para la economía. Sólo observaba como contrario las fiebres terciarias, la falta de autoridad y lo primitivo de la técnica de explotación. Importantemente curioso resultaba para él cómo el río Caroní divide "perfectamente esta parte de Guayana dos terrenos geológicamente distintos: la parte oriental, aurífera; y, la occidental, ferruginosa y notablemente volcánica, en donde encontré, a una cuarta de legua del camino que conduce de Araciama, masas enormes de hierro, ya en estado puro, ya vulcanizadas en formas de lava".
Tres años después, en 1860, Florentino Grillet, quien había sido Presi­dente del Estado (1841-1842), fundó la "Compañía del Yuruari" con un capital de 50 mil pesos para explotar una mina llamada Cicapara, en la Costa del Yuruari que luego se extendió hasta Caratal. A partir de allí un sinnúmero de empresas se legalizaron para explotar los ricos yacimien­tos, por lo que en 1875 la Asamblea Legislativa se vio impelida a legislar sobre la materia dictando un Código Minero, más para estimular la ex­plotación y cobrar el impuesto que para ejercer un control de regulación estricto.
Para 1857, todavía no existía El Callao, como pueblo propiamente, sino Tupuquén o San Félix de Tupuquén como lo llamaron desde 1770 los misioneros capuchinos establecidos allí. El 16 de noviembre de 1860 la Legislatura le cambió el nombre por Nueva Providencia. Sobre el ori­gen del nombre El Callao hay varias versiones: una según la cual el pueblo perdurable se levantó sobre un terreno de canto ro­dado, otra que la asocia con un minero que egoístamente "callao" ex­traía oro del lugar hasta que lo descubrieron y una tercera que se vincula con El Callao peruano fundado en 1537, asaltado por el pirata Drake en 1578 para apoderarse de sus tesoros y bombardeado en 1866 por la es­cuadra española, precisamente cuando la región del Yuruari era cañoneada por la usura y los buscadores de fortuna desde todas partes de Venezuela y el extranjero.
El Callao ha predominado hasta nuestros días la compañía minera más importante del siglo pasado (6 de febrero de 1878) se llama Compañía Minera El Callao fundada por la firma Juan Bautista Dalla Costa e hijos y presidida por don Antonio Liccioni bajo cuya presidencia llegó a con­vertirse en la más rica del mundo. En 1855 produjo 8 millones 195 mil 500 gramos de oro. Su actividad se extendió hasta 1897 cuando se de­claró en quiebra.
La Compañía minera de El Callao, llegó a embarcar por los animados puertos de Ciudad Bolívar hacia el exterior, un promedio de 8 mil onzas de oro mensual, siendo los meses de agosto y diciembre los de mayor auge (11 mil onzas). En abril y mayo de 1878 debido al atraco al "Co­rreo del Oro" en el que murió su conductor el norteamericano Frank Bush, la exportación cayó asombrosamente a menos de la mitad.
Para la época no se conocía el Bolívar. Nuestro signo monetario era el Venezolano; el Franco y la Libra esterlina, las divisas extranjeras con las cuales se comerciaba el oro. No se conocía otro tipo de transporte que el fluvial, a través de barcos de vela o de vapor; y el terrestre, utili­zando burros, caballos, mulos y carromatos tirados por yuntas de bue­yes, de manera que la producción aurífera proveniente del filón de El Callao y otras minas satélites se transportaba a Ciudad Bolívar en barras y a lomo de mulas.
El asalto al Correo del Oro se produjo el 6 de abril de 1878 en Rancho Tejas, sobre un camino de recuas entre Upata y Guasipati. La remesa fue recuperada, capturados y muertos los asaltantes.
Treinta y nueve años después se repitió, cuando Tomás Antonio Bello y Feliciano Muñoz transportaban varias barras para Casas Blohm y Casalta. El asalto lo perpetró individualmente Osmundio Pastor Ortega, quien dio muerte a Bello y a Muñoz con un rifle cruzando a nado el río Caura. Fue capturado y sentenciado a sufrir veinte años en la prisión de Puerto Cabello.
Actualmente, las minas de El Callao figuran como reservas nacionales y son explotadas por Venorca que es una empresa filial de Ferrominera Orinoco y CVG-Minerven cuya planta procesa 700 toneladas de mate­rial aurífero por día. Minerven es una empresa del Estado Venezolano administrada por la CVG, y su función es producir oro de manera efi­ciente para comercializarlo rentablemente, además de promover el desa­rrollo de la minería aurífera.
Fue constituida como empresa mixta en 1970 y nacionalizada en 1974. Dispone de doce concesiones de 500 hectáreas cada una, en lo que se conoce como el distrito aurífero de El Callao. La empresa inició sus operaciones en 1981, cuando la mina se encontra­ba todavía en una etapa de desarrollo incipiente de sus frentes de explo­tación y con una situación financiera crítica. Luego de cuatro años de precaria producción, a finales de 1987, se situó sobre los 1.300 kilogra­mos de oro mensual producto de una organización total de la empresa y de los grandes esfuerzos realizados en geología, mantenimiento, admi­nistración y comercialización. En 1992 obtuvo una ganancia superior al millar de millones de bolívares.
Explotación del diamante
Hubo un tiempo, los años setenta, en que la explotación del diamante en Guayana tuvo mayor auge y relevancia que el oro. Sin embargo, jamás hemos producido tanto diamante como el Congo, Chana, Sudáfrica, Liberia o Tanganika, pero si lo suficiente para una modesta industria que no tenemos, pues la extracción de esta piedra preciosa desde 1913, que comenzó la explotación de los depósitos de aluvión adyacentes a los cursos de los ríos de la Gran Sabana, jamás ha cesado y si llegan a ex­plotar las rocas madres o kimberlitas no sería aventurado afirmar que Guayana se colocaría entonces a nivel de los grandes productores.
Los primeros diamantes hallados en Guayana datan de 1913 y a partir de entonces no ha parado la actividad extractiva, con un promedio de 4.807 quilates hasta 1939. En 1940 la producción fue de 14.525 y se mantuvo en descenso hasta 1974 que se situó en 1.248.979 quilates métricos, la más elevada hasta entonces seguida de la registrada en 1975 que fue de 1.055.331. Luego ha venido descendiendo, acentuadamente a partir de 1983 (278.916,90 quilates) cuando se produjo la devaluación del bolí­var y los buscadores de diamantes desviaron su fervorosa actividad ha­cia los yacimientos auríferos de aluvión, mientras que la actividad en las minas de El Callao se intensificó y puso a valer con una moderna tecnología y mayores inversiones por parte del Estado Venezolano.
El auge diamantífero durante los años setenta se debe a los placeres del río Guaniamo, los más importantes encontrados hasta ahora. Desde 1913 los mineros venían rastreando el diamante en los aluviones de la cuenca del Caroní y del Cuyuní por el lado suroriental, hasta 1971 que iniciaron la búsqueda por la región suroccidental con muy buena fortuna, en las cuencas del Cuchivero y el Caura. Pero el desideratum del minero es poder dar con la kimberlita, vale decir, con la roca madre del diamante.
El extinto profesor de Geología de la UDO, José Baptista Gomes, quién realizó estudios en tal sentido y comprobó, junto con el Dr. Darcey Pe­dro Svisero, de la Universidad de Indiana, que los diamantes del Guainiamo tienen el mismo origen de las gemas africanas, me informó en una opor­tunidad que Angola y el Congo Belga tardaron más de 40 años en descu­brir la roca madre trabajando e investigando de forma organizada. Rusia aprovechó la experiencia africana y tardó sólo 12 años en llegar hasta las kimberlitas para figurar en las estadísticas mundiales de grandes pro­ductores de la gema. El Dr. Erwin Arrieta, Ministro de Energía y Minas, anunció recientemente -5 de mayo- el hallazgo de kimberlitas en Guaya­na a través de un trabajo de prospección minera, lo cual le abre promisorias perspectivas a la explotación diamantífera. El problema es que no existe un Programa del Diamante.
En Venezuela llevamos tres cuartos de siglo sacando diamantes con palín y suruca de la manera más espontánea y aventurada. Jamás aquí se ha trabajado organizadamente sobre la base de un programa, ni se ha consi­derado este renglón minero como aspecto importante de la economía. A los guayaneses, en especial a geólogos y economistas, les resulta incon­cebible que se haya dejado pasar tanto tiempo sin haberse elaborado un Programa del Diamante.
A pesar del diamante extraído en el curso continuado de tres cuartos de siglo, todavía queda suficiente como para pensar seriamente en un Pro­grama y más ahora con el anuncio del Ministro Arrieta. Los diamantes que los mineros guayaneses explotaban en las cuencas de los ríos, quebradas y bolsones de los valles, llevados allí por las crecidas, se cree que vienen de la Formación Roraima cuya edad se calcula en 1.700 millones de años.
Mientras esta formación domine la topografía de la región, habrá pie­dras preciosas en los cauces de los ríos en forma más o menos esporádi­ca. Por otra parte, es conocida el área abarcada en épocas anteriores por la Formación Roraima, donde se cree tiene que haber mucho diamante. Tal concepto de geólogos de la escuela de Geología y Minas de la UDO ofrece una perspectiva favorable del futuro del diamante dentro del as­pecto económico.
A pesar de que el diamante se explota en Venezuela (Guayana desde 1913) no se conoce una estadística sistemática sino desde 1940 que mar­ca un primer período hasta 1945, en el cual el promedio de la producción se situó en 22.595 quilates por año. Desde 1946 a 1955, se observó un notable crecimiento a partir de 1961 hasta alcanzar en 1974 la máxima de 1.248.979 quilates. Esta cifra hasta ahora no ha podido ser superada, por el contrario, la tendencia a bajar ha sido acentuada, especialmente desde 1983 que se inició la progresiva devaluación de nuestro signo monetario con relación al dólar, desviando la atención del minero hacia la búsqueda del dorado, que es algo así como, extraer dólares del subsuelo.
La producción actual representa menos del uno por ciento de la produc­ción mundial, pero la óptima calidad del diamante venezolano (60 por ciento talla) lo hace muy apreciado.
Pero, ¿qué hacemos con nuestro diamante? El diamante nuestro sale en bruto hacia el mercado internacional por dos vías diferentes: la vía legal y la vía del contrabando, de manera que nunca las cifras oficiales repre­sentan la realidad de nuestra producción, una producción que si fuese toda tallada aquí constituiría un denso renglón de la economía nacional.
El Ministerio de Minas no tiene conocimiento exacto de la magnitud del contrabando de piedras preciosas, a través de las fronteras con Brasil y Colombia, y mediante avionetas que con visas de turismo vienen desde el Norte. Las estimaciones de conocedores del negocio son situadas en un 30 por ciento con respecto a la producción controlada.
Lo intrincado de la selva y la soledad reinante en la inmensa región de Guayana son factores propicios para el tráfico clandestino de mineros provenientes del Brasil, Colombia y Guyana, que trabajan sin control, en la mayoría de los casos, llevándose ilegalmente a sus países piedras preciosas de gran tamaño y óptimo rendimiento.
No obstante, el valor que le agrega la talla al diamante, en Venezuela, con 75 años de explotación, no existe una industria del diamante. Israel, sin embargo, con una población inferior a la de nuestro país y en cuyo suelo no existen yacimientos diamantíferos, tiene una auténtica indus­tria conformada por más de diez mil talladores. De acuerdo con recortes de prensa de nuestro archivo, Israel importó en 1960 aproximadamente un millón y medio de quilates de diamantes, evaluados en 51 millones de dólares y exportó 618 mil quilates por el valor de 61 millones de dólares.
Tenemos información de que en Venezuela sólo operan unos ocho o diez establecimientos donde se talla el diamante, número insuficiente para absorber la producción, y de allí, que el 95 por ciento de la misma vaya a parar en bruto a los mercados internacionales.
Preocupada por esta realidad, la Universidad de Oriente, por iniciativa del extinto José Baptista Gomes, creó el 3 de noviembre de 1976 el Taller Escuela de Talla de Diamantes que tiene por objeto formar per­sonal, técnicamente capacitado, para trabajar el diamante bruto que se extrae de las minas. La UDO adquiere un promedio anual de 200 mil bolívares en diamantes para labores de entrenamiento en clases, los cua­les ya convertidos en brillantes quedan como patrimonio de la UDO. En la actualidad, la Universidad tiene acumulados y dispuestos para la ven­ta 3.640 brillantes (961,70 quilates) que reposan en bóveda del Banco Unión (Banesco) de Ciudad Bolívar y los cuales han sido tasados en más de un
millón de dólares.
En Guayana existen determinadas, cuatro zonas diamantíferas: la Cuen­ca del Cuchivero y del Caura, la Cuenca del Caroní, la Cuenca del Cuyuní y la Cuenca del Ventuari y Alto Orinoco. En todas el Estado ha otorga­do concesiones y ha estimulado cooperativas, pero entre todas las minas sigue siendo la del Guainiamo, al Sur de Caicara del Orinoco, la más importante y donde surgieron pueblos mineros de nombres pintorescos: Los Bigotes del Gobernador (Garrido), El Milagro, La Bicicleta, La Cuaima, Tres Choques, el Resbalón del Diablo, La Salvación, El Canda­do, Candelita, Empeluzcado, Caracolito, El Danto, La Culebra, Sebanon y Las Pavas, entre otras.
Pero el Guainiamo como muchas otras minas famosas del pasado está en decadencia. Botó mucho diamante, miles de quilates, millones de bolívares y la gente se pregunta cuánto le quedó a los centenares de mineros que pasaron por allí, cuánto al Estado, de esa inmensa riqueza extraída del subsuelo. Muy poco tal vez, confirmando lo que siempre se ha criticado: que el minero, especialmente el buscador de diamantes es un explotado. Un hombre que se juega la vida desafiando la hostilidad de la selva, trabajando sin cesar de sol a sol, desgarrando la tierra hasta sus más profundas capas para encontrar la piedra preciosa que deslum­bra con sus facetas de líneas luminosas.

A veces tiene suerte, otras pierde su trabajo y el crédito. Vuelve a insistir en el punto donde sospecha que hay diamantes hasta conseguir recom­pensa y sus esfuerzos. Pero el minero es un ser que de pronto pierde el sentido de la realidad, deja volteada la tierra, se va al poblado, vende la piedra encontrada, paga a quien le debe y luego pierde la razón entre copas y mujeres, cuando no en el juego o en las trampas que suele tenderle esa abigarrada gama de aprovechadores que vuelan cuando trasciende la explosión de una bomba o la alargada de una bulla.

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